martes, 30 de diciembre de 2014

Navidad


Con un cucharón de palo vertí la mezcla de mostaza y pimentón sobre los pollos desnudos. Los embadurné con las dos manos. Y pensé en el hombre. Y deseé con toda el alma que fuera judío. Flomenbeim, se me ocurrió. Ese podría ser su apellido. ¿Para qué? —me pregunto—.  ¿Yo qué sé? —me respondo—. Suena grandioso.

Pensaba en el patrón de colores de aquella tarde. La ciudad entre marejadas de bombillitos tristes. Rojo, verde, azul, amarillo, violeta, cian, blanco (repítase el ciclo durante noches ininterrumpidas).  —García Márquez tenía razón —vomité con rabia— “la luz es como el agua”. Pero la luz dorada y fresca que se hizo agua navegable para los niños del cuento era otra. Nuestro alumbrado era, especialmente en Navidad, un hálito enfermo. Escupitajo de puta. “La luz es como el agua” y de a pocos nos ahogamos en ella.

Seguí con los pollos. Me interné en el pescuezo del último. Le enterré en el interior ramas de tomillo manchadas de rojo cadmio. Amasé su pellejo blando. No me importaba que fuera un judío, si me lo pensaba bien. No estaba segura de que me gustaran los penes circuncidados. De cualquier forma sabía qué me esperaba con él. —Ese hombre es una perra herida— sentencié en un murmullo. —En épocas como estas, yo también— concluí. Y agarré al pollo mustio con fruición.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Politik


Lo dejo ser. Ahora. Vengo de lejos, de la tierra de Alicia, y regreso a Bogotá sin haber ganado nada. Creo que el karma eterno de mi vida será entender que todos los hombres tienen un pasado turbio, marcado por olores baratos y nombres de zorras jóvenes. Laura, María, Daniela... Me hubiese gustado ser esa zorra joven, que como hierro al fuego podía hundirse en la piel de las reses y dejar una impronta. Pero nací para ser la segunda, la otra, la comparada con fantasmas ingratos que solo dejaron dolor e impotencia en mis parejas potenciales. Pero me encuentro demasiado vieja y demasiado estúpida para ser alguien en la vida de alguien. Mejor lo dejo pasar y sigo con Eliot, y empiezo con Borges, y termino con Milosz.

Acabo de decidirlo. ¿Forn o él? Forn. Forn. El desconocido de la curiosidad, ese hombre de fotos oscuras, ese que nunca conoceré. Él, el conocido (¿si?), él, el de carne, el palpable, hacia daño con su silencio y con sus palabras. Nunca lo hizo con las manos. Quizá a la primera oportunidad me hubiera golpeado y tendría el ojo morado, hinchado, lacrimoso.

La pregunta es... ¿cómo desaparecer para siempre de los alcances de no-Forn? Enclaustrándome en temporada de lluvia. Diciembre. Leer a Forn sin distraerme, sin mirar a los lados, sin mirar atrás.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Juramento


"Juramento" es una palabra embadurnada de aceite claro (de ese usado en las películas porno como lubricante y, eventualmente, para dar masajes). Jurar es afirmar, prometer al vacío, poner en los labios de Dios decisiones absurdas que de repente cruzaron por nuestra cabeza. Jurar es, también, maldecir, blasfemar. Así, en el abrupto oxímoron de nuestras determinaciones, asentimos con un denuesto a alguna idea que nos anda rondado.

Vengo a jurar, hoy, ante nadie, ante el Padre, yo, la mujer, la solitaria, la sin nombre, la sin hijos, la con preocupaciones, la enrevesada, la mal parida, la deshojada, la ojerosa, la confundida, yo y no yo, que pondré todas las trabas necesarias e innecesarias al amor.

El miedo es una de esas grandes razones para jurar. Y juro por mi libertad, por mi fiel soledad, a la que he refundido en un cajón últimamente. Yo estoy bien con esa ella que me mira en el espejo. Esa que no me atormenta con un rostro extraño, con un nombre ridículo y con una vida estúpidamente social tras sus lentes de mierda.

Ya está, estoy empezando a manejarme como una mujer celosa. De nuevo, mírome al espejo y me tranquilizo. Que no ha de existir hombre que me quite la calma ni la paciencia...

Y si existe, tendré que matarlo.

martes, 16 de diciembre de 2014

Partitura

Tuvemiedodelaausenciademiedoquetraíascadanochetuvemiedodedejardetemer(te)deamarestatristezadeserfelizensilenciotuvemiedodecantarlascancionesquecantabasenmioídounamañanacualquieraarranquéelespacioentrenosotrosyestofueloquequedóunanadaincomprensiblequeyanoquieresleerytevasacansardeestafaltadeestaausenciadeausenciasquenecesitamosparahacernoscomprensiblesdepronto.


sábado, 6 de diciembre de 2014

Chantaje


Yo digo que me friego si la mujer que amo me chantajea. Virginia y yo discutimos ayer. Le pregunté si había buscado trabajo. El mío apenas alcanza para pagar el alquiler y estamos desapareciendo de física hambre. Antes nos alcanzaba para comer arroz y papas al vapor. Todos los días, sí, pero de algo vivíamos. Cuando el dueño del piso tocó a la puerta y le abrimos (nunca nos visitaba), supimos de inmediato que teníamos que despedirnos de nuestro triste banquete. Tomar café negro como único alimento nos tiene cansados y consumidos.

-No.

-¿Por qué no?

-¿Qué no ves que estoy deprimida?

Y era cierto. lo estaba. Pero estaba harto de oír la misma razón durante años. Harto y hambriento.

-No puedo vivir así. Me largo.

-¿Te vas a ir?

-Sí, y para siempre.

-Yo sabía desde el principio que ibas a dejarme. Que yo nunca valí nada para...

El discurso de siempre.

-Ya he oído eso. Déjame.

No dijo nada. Comenzó a llorar desconsolada. Se hundió en la vieja silla de madera donde solía descansar y se cubrió la cara con las manos. Pero de inmediato se levantó, como si hubiera recordado algo, y atravesó el salón con mucha seguridad. Volvió en menos de un minuto con el rostro devastado, pero con una sonrisita en la cara.

-¿Sabes qué es esto? preguntó enseñándome un frasco blanco.

-No- le dije- porque en verdad no lo sabía.

-Prozac.

Y me quedé petrificado. Y sigo petrificado aún hoy. No me puedo ir de mi propia casa. Y la mujer que amo es mi verdugo. Y con el tiempo aprenderé a odiarla. Y yo mismo le meteré su frasquito de Prozac por el gaznate.







domingo, 9 de noviembre de 2014

Dientes de león

Me pierdo.

Lancé un ancla al viento
y traje dientes de león conmigo.

Parecen rendirse a la luz.

¿Cómo cerrar la palma herida que los sustenta?

¿Cómo amar sus cabecitas de sueño?

Me fundo en sus ligeros dedos de invierno

Maldigo el viento de ayer que los malogró.

Me pierdo en y por ellos.

De ellos.




sábado, 1 de noviembre de 2014

El color de la arena

Se miró en un espejo cualquiera.
Introdujo la mano en su costado
y amasó un hígado suave, limpio.

Las grietas de sus labios mudos
El jardín alado de sus comisuras.

Bajó hasta su sexo lento...
El sabor a mar, el perfume a cieno.
Y descubrió el color de la arena.


lunes, 13 de octubre de 2014

Glosa de la joven cocinera del rey

¿Para qué las alcaparras? ¡Ay no! ¡Déjalas en el horno y pellízcale el trasero! ¡Ay ay ay! otra vez todas las cosas. Déjate de pamplinas, de alfeizares y de runas y de estrellas. Hablemos del pollo.  Oh, qué bello es en su blancura... y que suave. Tócalo, espíchalo, mira cómo se resbala en tus manos. Ay el pollo, qué bello es. Quisiera su lisura... y su belleza. ¿Quién dice que no puedo ser un pollo? ¿tú? Pronto, pronto será. ¡Ay ay ay! Tus labios desnudos. ¡Pellízcale la lengua! ¡Ay ay ay! El pollo se resbala, la grasa entre los dedos, los dedos en la piel de la cintura. ¡Dale un cinturonazo! ¡Ea! ¡Ay ay ay! ¡Dejen la cocina! ¡Ea! Es hora de cenar.

sábado, 11 de octubre de 2014

Eric Lacombe


    Lacombe, "MFOO1"

Pesa tanto la violenta crudeza de la vida.

Los rostros de niños, curtidos,
como planetas achatados.
Pájaro de perfil negro
O par de endurecidos champiñones
Rancio costillar de estacas dolientes
Bañadas en óxido naranja.

Bruma de carne
Cuerpo deshabitado
Cuerpo estropeado.
Un ojo extraviado en cada poro agonizante
Daguerrotipo imperfecto de hombre desolado.
Filigrana de dolor, punzón de leche espesa
Boca mercurio, túnel de horror sin labios.



.         



domingo, 28 de septiembre de 2014

El camino de Arabella

Frente a la noche pura, sin atajos,
la mujer abre los ojos.

Primero ella:

Parecemos arañas en el traspapelado
Amo su sonrisa, rojo fuego.

Luego ¿quién?

Espero una, dos semanas.
Él no puede arriesgar tres minutos.

Yo

Lo doy todo, en silencio, acá, aquí.
Allá tiemblo, evito el beso, el todo.

¿Arabella?

Como una mariposa husmeando,
se agita frente a su gesto joven.

-Quizá soy algo bruja.
-Entonces sabes que no quiero que te vayas.

Yo.
Arabella,
nosotras,
nos vamos.

sábado, 6 de septiembre de 2014

"Vago poema de las horas" - Luis Vidales

Una hueca oscuridad
en mi cuarto.
Hueca
con oquedad de cueva.
No hay sino dos cosas en el mundo.
Las horas
y yo.
Esto es todo lo que hay en el mundo.
Yo veo las horas
desvanecerse en la oscuridad
como coronas de humo.
La hora es una periferia azul
que me aprieta el corazón
como un anillo flexible.

Yo sé que estas horas no tienen árboles
ni luna
ni sol
ni cielo de crepúsculo
y por eso estoy aquí-con ellas.
Son las horas mías.
Ellas lo saben
y se van curvando
como dorso de gato
para que yo las acaricie.
Pero jamás saben hacerlo
y en la oscuridad
las horas siguen pasando sus vientres
por el reloj.
Y yo me río de esto.
¡Cómo no voy a reírme!

domingo, 3 de agosto de 2014

El abandono de Ann Arbor

Con un pincel desastrado tomó verde vejiga, rojo cadmio y amarillo de antimonio. Y golpeó una, dos, tres veces, el óleo silencioso. Sus brazos se extendieron, delgados, como las ramas de una jacaranda en pleno invierno. Encontrar su galería en medio de la noche, entre las aceras empapadas por una lluvia invisible, incierta, no era asunto fácil.

- Eres una maravilla.
- Vas a dejarme- se limitó a decir Ann.
- ¿Y lo deduces porque digo que eres una maravilla?- preguntó Evan irritado.
- Soy una histérica. Creo que ya lo sabes. Pero, sé que vas a dejarme. Me mientes y no lo sabes.
- ¿Y me culpas por algo que no sé?
- ¿Te estoy culpando acaso? Tú también te mientes sin saberlo. Digamos que eres una víctima de ti mismo.
- ¿Por qué siempre le pones trabas a esto? ¿Es que no me quieres?
- Te quiero lo suficiente para saber que en el fondo sientes que esto no tiene ningún futuro.

Evan se quedó en silencio mirándola pintar. Y poco a poco empezó a aclarar tras la ventanita de la galería, y ambos se dieron cuenta de que ya era de día. Evan dio un respiro hondo y sonrió. El aire de la ciudad no era el mismo. Un olor a Dakota del Norte inundó sus pulmones. En ese instante, Evan dejó de pensar en Ann y deseo estar en otras tierras. Quiso, en el fondo de su corazón, volver a su tierra natal.

-¿Ves? -musitó Ann- Sabía que ibas a dejarme.

Y de pronto, tomando una brocha tosca y amplia y ensuciándola de negro, cubrió el paisaje otoñal que empezaba a tomar forma.

-Las aceras ya se secaron. Puedes irte.

Y Evan se marchó sin rechistar.

martes, 29 de julio de 2014

Divenire

Hacerse, ponerse, vestirse
A gravedad cero.

"No sé vivir", dije llorosa
Mientras alguien orinaba
en algún cafetín.
Una vez, inventé una catapulta de sueños
Pero se envaró al primer uso.
Einaudi, ese hijo de puta,
había sonado a medianoche.
Cuando todos dormían.
Preparaba cordon bleu para variar, 
para sellar las salidas.

Hacerse, ponerse, vestirse
Con razón se llama minimalismo.





viernes, 18 de julio de 2014

Capítulo 0 - La misma historia de hace un año

Estaba casada con un idiota. Fue al anaquel y trajo consigo una botella de vino descorchada y una copa. ¿Para qué la copa? pensó, dejándola en la mesa de centro de la sala. Y bebió un trago de la botella. Era sus segundo matrimonio y repitió el mismo error del primero. ¿En qué estaba pensando, Dios Santo? musitó. El mismo hombre, con un rostro diferente ¿Estaba segura de eso? No, a lo mejor tenían las mismas facciones. Pero eran idénticos: problemas emocionales, adicción al cigarrillo y a drogas ocasionales, el desapego de su familia, la misma fruición por las mujeres y por el sexo. Oyó las llaves tropezando con la cerradura. Son las 4 y 30 am.

-Francine, estaba...
-Dando un paseo, ya sé, le dijo. ¿Acaso con Victoria? No, Victoria no. Victoria era la amante de su primer marido. La amante de León se llamaba Luz.
-¿Estás enojada? y acercó su boca para besarla. Apestaba a tabaco barato.
-No, solo estoy cansada. Y pensaba que si acaso no fuera tan dependiente emocionalmente, lo abofetearía y se iría de allí al instante, dando un portazo.
-Voy a darme un baño.
-Si tuviéramos una tina te lanzaría un secador al agua -se dijo Francine- sonriéndole débilmente.

Necesitaba una ducha. claro. Hedía a todos los errores de la vida amorosa de ella. Ella también necesitaba algo de agua fría.


domingo, 13 de julio de 2014

Para recitarle a Flossie en su cumpleaños - William Carlos Williams (Traducción)

Deja a quien pueda
buscar,
entre las líneas continuas,

Esa constancia torturada,
afirmarse
donde yo persisto

Déjame decir
a través de propósitos cruzados
Que la flor se abrió

Luchando por afirmarse a sí misma
simplemente, bajo
luces conflictivas

Me creerás
Una rosa
hasta el fin del tiempo

domingo, 22 de junio de 2014

Monólogo de Rosaline

La torre más alta está llena de grietas.
Cada noche las observo con delicado temor.
Parecen bocas abiertas. 

Bocas que sonríen, bocas que gritan.
Ya nadie se atreve a escuchar.

Tralarí, tralará

El suelo que piso ahora tiene agujeros
Cada noche los miro con descarada fruición. 
Parecen cuencas sin ojos.
Parecen ojos abiertos.

Nadie puede decidir al respecto.

Tralarí, tralará

Los vientos arrecian por las ventanas rotas.
Cada noche los siento con secreto placer.
Parecen dedos que rozan la piel de la amada.

Nadie aquí, solo los miembros yertos.

Tralarí, tralará
Tralará, tralarí

Nadie se atreve
a mancillar la prudencia

Nadie me dijo
que así sería luego.

Trá
trá
á


domingo, 1 de junio de 2014

Las olas

Quedan los despojos de su noche.

Láminas de luz empujando el destierro,
atravesando la puerta.

Lienzos adormecidos tras las paredes

Mis olas de aire enmarañado
danzando sobre sus manos

Hilos y rosas de los vientos
Flores espiraladas y falaces

Mariposas revoloteantes y endurecidas
Sobre las inscripciones

1937 

1944 

1971


1992

miércoles, 9 de abril de 2014

Hoy tampoco

Similiter atque senis baculus

Me quedo esta noche
para ver si hay suerte.

P
e
r
o
n
o
e
r
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l
b
a
s
t
ó
n
e
n
m
a
n
o
s
d
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u
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a
n
c
i
a
n
o

Hoy tampoco.                 
                                 La marea desliza su mano
Frente a la luz estroboscópica.                                                

lunes, 7 de abril de 2014

Monólogo de ella

(El escenario cubierto de pasto, flores... al fondo la imagen de una pradera soleada con montañas y un cielo muy azul y la vegetación muy verde. En el centro, a veces sentada, a veces rodando, a veces tendida, nunca de pie, una mujer descalza, con un largo y ancho vestido rosa hecho harapos, trizas que resbalan por sus hombros y por sus piernas, y un moño de seda que pende peligrosamente de su cabello, pero que nunca se cae)

En un día de esos en los que ya no puedo articular palabra y ese rostro se moldea en mis manos y lo puedo casi rozar, casi tocar con mi piel árida, herida por la sequedad, grisácea, polvorosa; en un día de esos en los que beso esos labios con la punta de mis dedos y trazo el contorno de esa boca con el borde de la mía, justo en un día de esos, en los que soy consciente de los bordes y de los límites y voy y los rodeo sin ningún objeto, sin otro propósito que el de resarcir las palabras que callaba entonces, en un día de esos en los que decido por fin hablar a esa que duerme dentro de mí para que se despierte y me muestre todo eso que no pude ver en años, lo que me ocultó su sueño, su desidia, justo en un día de esos en los que pienso que podría existir un espacio sin nombre al que yo no quiera ir y que nunca visitemos juntos por miedo a ser encarcelados, justo en el momento en el que yo estoy doblada sobre mí misma para tratar de leer, de pensar de una vez por todas ese pensamiento final que logrará apartarme de todo esto. 

Justo en esos tiempos inmemorables, justo ahí es cuando ese rostro muestra tu nombre y ríe tu apellido y se burla de mis ojos llorosos que no se pueden contener y que parecen grifos abiertos llenos del pudo ser y de esa mujer que me mira hambrienta y con rencor, que me hace reproches porque no pude saciar su apetito y está muriendo y yo no puedo hacer nada sino verla agonizar, verla desear con sus ojos el agua que brota de los míos, y yo no puedo hacer nada más sino escupir el óxido de esas joyas, de esos anillos y esas cadenas que habías puesto sobre mí en uno de esos juegos que jugábamos mientras yo creía que éramos unos niños en una pradera, en un tiempo feliz que duraría para siempre. 

Yo no puedo hacer nada más. No puedo hacer nada más que eso, mostrarle a esa mujer que es despreciable y poner en entredicho la dulzura de sus labios deshonrados por las marcas de un labial de hace semanas, de esa semana cuando ella quiso arrancarse la boca a punta de alfileres, de agujas que trataban de horadar su piel ya ajada y desnutrida, cuando ella aún estaba lúcida y sabía lo que quería hacer y no trataba de aferrarse a esa vida que se había vertido en sus labios, que había cegado sus ojos por tres días, que había escamado sus fosas nasales y le impedía respirar, esa vida que trataba a todo paso de acabar con ella y la mujer sumisa quería siempre, cada día aferrarse a esa vida de caminos bifurcados que jamás podría alcanzar.

Hasta que termina, ese suceso, este deseo de días, de noches que me doblegan, esa necesidad de arrepentimiento y de repetición que mantenían esta vida en un sopor denso, en un vapor que todavía me envuelve y que pronunciaba tu nombre a cada tanto, esta escritura que trata de armar una pieza sin ensambles y sin articulaciones, que día tras día constituye y forma y deshace esto, la vida que me dejaste y que quieres unir con tu voz sin saber que el hilo se ha acabado y no hay pegante que valga y que no quiero ya unir esto sino sentarme en la hierba a jugar con los pedazos e imaginar ciudades y casas y comiditas que preparo con hojas y tornillos y papel maché que es la sopa que no te preparé y que se enfría  sobre la mesa y se vuelve tiesa, inservible y que uso ahora con los trozos de pasto para hacer los vestiditos que nunca podré usar. 

Termina todo y me tiendo en la hierba y toco con obsesión mis pestañas para quedarme dormida mientras tarareo las canciones de grandes que para mí fueron de cuna y que me susurraban entonces que el amor llegaría como una ráfaga de viento; y el viento me arropa y yo concilio el sueño mientras la música sigue sonando, arrullándome, saciándome con sus letras de mentiras. 

sábado, 1 de marzo de 2014

TOKIO BLUES - HARUKI MURAKAMI





¿Es un imperio
esa luz que se apaga
o una luciérnaga?

Borges

Tokio Blues, más que un intento de novela realista, es un tractat literario de fenómenos ópticos. En esta novela, Murakami narra la historia de Toru Watanabe, un joven universitario que se traslada a Tokio para comenzar una nueva vida justo después de que Kizuki, su mejor amigo de instituto, se suicide sin explicación aparente. Un día cualquiera, Watanabe se reencuentra con Naoko, quien fuera la novia de Kizuki, y empiezan a salir juntos. Después de tener sexo con ella, Naoko desaparece. Ha vuelto a su ciudad natal y se interna en una casa de reposo mental. Watanabe, mientras tanto, sufre su partida, pues se ha enamorado de ella. La situación resuena en la mente del lector como Norwegian Wood, la canción de The Beatles, que narra la historia del encuentro con una chica que, como un bello y misterioso pájaro, aparece una noche pero se marcha súbitamente, volando, en la mañana.

Watanabe sigue asistiendo a sus clases de literatura en la universidad. Conoce a Midori, una compañera de su clase de Eurípides, de la que empieza a enamorarse. Midori es el contrapunto exacto de Naoko. Leda Rendón, en su breve reseña sobre Tokio Blues, hace una comparación acertada entre Naoko y la pintura de Balthus, y Midori y el arte pop de Warhol. Naoko es una deformación perfecta, un espectro profuso y extraño que se cuela entre la oscuridad y exhibe su pálida desnudez a la luz erótica e inquietante de la luna. Midori es, y Watanabe insiste en ello, una mujer de carne y hueso, una presencia viva, cromática y plástica, como una serigrafía de Marilyn Monroe.

Tokio y Midori hacen parte de la vida de Watanabe. Sin embargo, él no puede abandonar su historia con Naoko. Es un hombre escindido: halado de un lado por el estruendo de la gran ciudad nipona; sujeto, del otro, por el melancólico recuerdo del pasado, que arrastra la figura de Naoko. En la “Residencia Ami”, sanatorio donde ella se ha internado, en aquel lugar apartado del bullicio de la ciudad, se encuentran aquellas personas que han notado sus propias deformaciones, y sienten la necesidad, no de corregirlas, sino de acostumbrarse a ellas. Así, los internos son conscientes de que todos están deformados: “Esto es lo que nos distingue del mundo exterior. En él mucha gente vive sin ser consciente de sus deformaciones”. Watanabe es un punto intermedio entre el mundo exterior y el mundo extraño, representado por el sanatorio. Presencia, simultáneamente, la consciencia de la deformación humana, y la ignorancia de tal condición. Es el espectador genuino de un fenómeno óptico doble. Watanabe sostiene una cuchara. Y se mira en el lado cóncavo, en el espejo del modelo óptico lacaniano, que enfrenta al ojo con un punto ideal de visión, con una imagen virtual del yo que no existe. Encontramos la realidad de cabeza. La concavidad supone una visión del mundo exterior, en la que a partir de la realidad concreta se construyen cuerpos imaginarios. Si Watanabe, da la vuelta a la cuchara, se encontrará con una superficie convexa. La realidad está al derecho. Pero su reflejo estará deformado. Watanabe, finalmente, decide de qué lado quiere verse.

Haruki Murakami es el lector predilecto de sí mismo, según lo ha manifestado: “Primero escribo para mí, por satisfacción personal”. Descubre que a partir de la escritura puede conocerse a sí mismo, lo que quizá, en cierta medida, le permite plantear en sus novelas una reflexión que trasciende lo íntimo, que se hace próxima al lector, y se solidifica como interrogante epistemológico universal. En el caso particular de Tokio Blues, encontramos una reflexión sobre el lugar del hombre en mundo, su posición inestable entre lo fantasmagórico y lo concreto, entre la muerte y la vida, entre la consciencia de lo que somos y la ignorancia de lo que vemos. Watanabe, finalmente, no puede resolver la escisión que atraviesa su vida. Ni siquiera el suicidio final de Naoko, su vuelo de luciérnaga herida en la noche, puede ayudarlo a establecer su lugar en el mundo: “¿Dónde estaba? No logré averiguarlo. No tenía la más remota idea de donde me hallaba. ¿Qué sitio era aquél? Mis pupilas reflejaban las siluetas de la multitud dirigiéndose a ninguna parte. Y yo me encontraba en medio de ninguna parte llamando a Midori”.


El Castillo de arena - Iris Murdoch

El lector deslumbrado


Iris Murdoch es una escritora irlandesa que nació en Dublín el 15 de julio de 1919. No obstante, creció y pasó gran parte de su vida en Inglaterra, particularmente en Oxford, ciudad donde estudió y trabajó como profesora universitaria. Realizó estudios en literatura clásica y filosofía. Fue alumna de Wittgenstein y su primer libro publicado es un estudio titulado Sartre, Romantic Rationalist en 1953, seguido de su primera novela Under the Net (Bajo la red) en 1954. Los estudios filosóficos de Murdoch se centraron en la filosofía moral y se preguntaron por la libertad, el lenguaje y las nociones del bien y el mal en el ser humano. Estuvo fuertemente influenciada por Platón, Sartre, Simone de Weil. Dostoievski, George Eliot, entre otros. Sus novelas, aunque si bien no podrían llamarse filosóficas, ponen en escena los temas de sus inquietudes filosóficas.
El lector de Iris Murdoch bien podría identificarse con la descripción que hace Paul Valéry del lector de novelas  “cuando se sumerge en la vida imaginaria que le provoca su lectura. Su cuerpo deja de existir. Se sostiene la frente con las dos manos. Únicamente es, se mueve, actúa y padece con el espíritu”. El lector se siente abstraído, “absorbido por lo que devora; no puede contenerse pues una especie de demonio le presiona para avanzar. Quiere la continuación y el fin, es presa de una especie de alienación: toma partido, triunfa, se entristece, ya no es él mismo, ya no es más que un cerebro separado de sus fuerzas exteriores”[1]. La trama, la narración, los personajes le atrapan: el lector no puede hacer más que salir de sí para entrar en ese mundo otro que se erige ante sus ojos.
Las novelas de Iris Murdoch son siempre historias amenas que divierten y rápidamente atrapan la atención del lector. Se caracterizan por las complejas redes de relaciones entre los personajes, su tono detallado y realista, el desarrollo inesperado de la trama y un excelente manejo de la atmósfera y la intriga. No obstante, estas características están lejos de ser significativas per se y el objetivo de la escritora ciertamente no es sólo contar buenas historias. Una buena historia, para Iris Murdoch, además de “inventar personajes y transmitir algo dramático, […] tiene al mismo tiempo un profundo significado espiritual”[2], porque “las historias son una fundamental forma humana de pensamiento”[3].
En el caso particular de El castillo de arena, nos adentramos en la vida de William Mor, esposo de Nan, padre de dos hijos y profesor en St Bride’s, un colegio de una pequeña ciudad cercana a Londres, quien se enamora de Rain Carter, una joven pintora contratada para pintar el retrato del antiguo director del colegio. Más que narrar una historia de amor o de infidelidad, Iris Murdoch pone en escena el proceso de enamoramiento y la tensión entre el mundo interior y el exterior en este proceso. Rain y Mor se dan cuenta de sus sentimientos hacia la mitad de la novela y luego, son pocos los encuentros que se narran. Lo que sigue es más bien la lucha interior de William Mor y su incapacidad para tomar decisiones concretas o para expresar sus verdaderos pensamientos a los otros, en especial a su mujer; además de algunos sucesos inesperados que terminan condicionando e induciendo las decisiones que Rain y Mor toman hacia el final de la novela.  Los personajes al verse enfrentados al mundo exterior, logran salir un poco de sí mismos y de su percepción de las cosas y entrever el camino que han de seguir.
De manera análoga, Iris Murdoch concibe sus novelas con el propósito de sacar de sí al lector al menos por un momento y llevarlo a observar un mundo que le es ajeno. Tras la observación y la contemplación fuera de sí –como el lector de novelas de Valéry: separado de sí mismo, hecho cerebro– el lector podrá vislumbrar atisbos de la verdad  –bien podríamos arriesgarnos a decir, en el sentido platónico– e incluso tener cierto crecimiento moral: “Una novela legible es un regalo para la humanidad. Provee una ocupación inocente. Cualquier novela saca a la gente de sus problemas y de la televisión; puede incluso moverlos a reflexionar sobre la vida humana, los personajes, la moral”[4]. Para Iris Murdoch, “la lectura de grandes libros, la contemplación de gran arte, es de alguna forma muy buena para uno. Hay una verdad del gran arte que uno ve en las grandes novelas del siglo XIX” [5]. La importancia del realismo y de la complejidad de las historias de Iris Murdoch radica en la pretensión de objetividad que busca llevar al lector fuera del mundo de las apariencias –de nuevo con  Platón­–, de su propia subjetividad, hacia el conocimiento y la reflexión sobre realidad.
Iris Murdoch muestra a sus personajes en su contingencia, en sus incapacidades y en la complejidad de sus relaciones para poner en evidencia el mundo de apariencias en el que viven y del que tratan de escapar. Ya en novelas como La campana, publicada un año después, perfecciona esta capacidad de exponer al individuo sumergido en su medio al dar la palabra a varios personajes y acumular diferentes versiones de un mismo hecho, con lo que la falibilidad en la percepción de los personajes queda aún más en evidencia. A pesar de todas las cuestiones y problemas filosóficos que Murdoch puede llegar a abarcar en sus obras, las novelas no son densas y el lector que solamente está buscando alejarse un poco de sí mismo y divertirse,  no saldrá defraudado, porque, al fin y al cabo, “literature is to be enjoyed, to be grasped by enjoyment”[6].


[1] VALÉRY, Paul. Teoría poética y estética. Trad. por Carmen Santos. Madrid: Visor, 1998, pág. 151
[2] “The art of fiction CXVII: Iris Murdoch” Interview by Jeffrey Meyers in The Paris Review, Nº115, Summer 1990. Consultado en: http://www.theparisreview.org/interviews/2313/the-art-of-fiction-no-117-iris-murdoch. La traducción es mía.
[3] Ibídem
[4] Ibídem
[5] Ibídem
[6] Ibídem. 

domingo, 2 de febrero de 2014

Drama brevísimo

(Tirados en el centro del escenario con suntuosos vestidos. Plumas blancas regadas a su alrededor simulan la nieve. Ellos hablan pero no se miran, parecen no percibir la presencia del otro. Su voz va del susurro al grito y pasa por el canto y el tarareo)

LA JOVEN ATERRORIZADA:
tengo ganas de salir y correr y caminar tengo ganas de golpear cosas y romper los años que me mantienen atada a ti y quebrar con mis manos este pérfido lugar que nos vio nacer tengo ganas de hacer todas esas cosas como gritar y mangonear y decir que todo esto no es más que un deshacerse y desmedirse en palabras  en letras que pronto desaparecerán y no lo haré  lo haré de pronto son estas las condiciones  son estas las decisiones que nunca debimos haber pactado y luego ella habrá visto lo que yo no pude ver tomará posesión de las tierras que yo abandoné destruí con mis manos reiremos tú reirás yo los observaré desde lejos mientras leo un libro y me deshago en lágrimas porque eso fue lo que me enseñaron a hacer lo que hago siempre cada mañana al despertar adelgazar un kilo en lágrimas gemidos que no van a parar a parte alguna.

EL JOVEN ZAR
Pero estas son las fotos que encontré entre mis recuerdos que en realidad nunca sucedieron porque todo esto es lo que una vez anhelé y hasta ahora no he podido obtener porque todas estas fotos sólo yo puedo verlas y describirlas decir que existen  mostrarlas al mundo desear que sean ciertas para que no tenga luego que quemarlas y quemarme en este día caluroso venturoso frío y solo en esta casa que no me pertenece en la primera foto hay un zar que sostiene en sus manos el tobillo de una hermosa doncella tirada sobre la nieve luego en otra la nieve roja y el rastro de sus pisadas y los hombres siguiéndoles la tercera es la mejor y más cierta la más anhelada porque la joven doncella llora a la orilla de un río que no conoce y parece que el río hubiera brotado de sus ojos y el zar el joven zar se ve escondido entre los árboles con una sonrisa maliciosa que solo él puede comprender  es el sueño de todos ese es el sueño.

LA JOVEN ATERRORIZADA:
y ahora que lo pienso todo esto tú lo procuraste esta es la felicidad que me procuras la felicidad que es una inquietud que me quema las piernas me arranca el cabello con una fruición que detesto y me tortura esta es la felicidad que dije que me dabas este ardor en las manos que me hace retorcer y girar sobre mi espalda como si no fuera ya yo sino otra la que está en este lugar

EL JOVEN ZAR:
tengo ganas de salir y correr y caminar tengo ganas de abandonarla a su suerte y seguir viendo estas fotos y ver su sufrimiento todos los días en estas fotos y sonreír porque ya no estoy tras ella porque soy libre para ver estas fotos con una mezcla de azafrán y almizcle en mis dedos y no la oiré más no tendré que estar bajo ese cielo oscuro como de cromo que se cierne sobre mí cuarta foto el joven en el desván tirado en el suelo con una mueca de alegría una mujer de pie lo mira sonriente

LA JOVEN ATERRORIZADA:
yo la conozco yo sé que la conozco pero huyo porque debo bañarme en lágrimas de nuevo mientras llega la noche o el día mientras duermo con su silueta que se dibuja sobre mí perforándome.

(La joven se acuesta y comienza a girar sobre su cuerpo hasta que sale del escenario. El joven saca un trozo de carne de su pecho y lo avienta al público. El telón se cierra).


sábado, 18 de enero de 2014

Poemas whitmanianos: Los límites de la ciudad - A. R. Ammons

Cuando piensas en el resplandor, que no se retiene en sí
sino que derrama su indiscriminada plenitud en cada
rincón y grieta, sin sobresalir o esconderse; cuando piensas

que los huesos de los pájaros no hacen ruidos atroces contra la luz
sino que se agazapan en ella como un testimonio superior; cuando piensas
en el resplandor, que mirará el interior de los más culposos

desvíos del corazón urdido y los sostendrá
sin amedrentarse tras un disfraz o en la oscuridad; cuando piensas
en la abundancia de tal recurso mientras ilumina los cuerpos azules

resplandecientes y las broncíneas alas de moscas que pululan entre las
tripas desechas de una carnicería natural, o sobre las espirales de mierda
que de ningún modo estremecen sus asaltos de generosidad; cuando piensas

que aire o vacío, nieve o esquisto, calamar o lobo, rosa o liquen,
cada cual es admitido en tanta luz como pueda tomar, entonces
el corazón se mueve libremente, el hombre se levanta y mira alrededor, la hoja

no se alza por encima de la hierba y el misterioso trabajo
de las más profundas células es armónico con los arbustos de mayo,
y el miedo encendido ante la vastedad de tales cosas, se convierte, tranquilamente, en alabanza.

miércoles, 15 de enero de 2014

Nächste und Fernste

¡Hermanos míos, creedme! 
El cuerpo fue el que desesperó del cuerpo
F. N.


Truenos en otoño:
Aquí no hay más que silencio o negación.

El papel encerado se desliza en el buró.
Nos hiere el celaje con un golpe de luz.

Un descorchador desgastado me revela profundidades nouménicas.
Es nada que me habla al oído de nada.

¿Ves la belleza en el fondo de esta pena?
No más que el viento irisado en la mañana,
Las migajas de pan abandonadas en la cena,
Y un grito adentrándose como alquitrán airado.

Sólo un par de frases cogidas al vuelo.

lunes, 13 de enero de 2014

Fe de erratas

Quedó escrito. Ellas lo escribieron en nuestros corazones cuando aún no lo entendíamos.

-Y si te beso, Amor, ¿a dónde irán luego mis besos?

Nos dijeron que sus labios tendrían veneno, que sus palabras serían siempre más ligeras que el viento. Dijeron que ellos serían como polvo y nosotras como de arcilla. Que no se acordarían de nosotras, que nos cubrirían de ignominia. Que seríamos como vasijas, abandonadas por años en repisas. 

-¿A quién darás mis brazos, Amor mío, a quién entregarás mi cuello que era tuyo?

Me mostraron que ninguno se quedaría lo suficiente. Me dijeron que pronto te irías, como las palabras con el viento, como el polvo con la brisa de la mañana.

-¿En dónde, Querido, estarán en unos años mis caricias?

Anticipo hoy mi desesperanza. Me calcifico lentamente. Pongo cuidado en que la carne no quede expuesta.

-Y si te canto, Amor, ¿a quién darás luego mis canciones?

Me repetían sin querer, diariamente, que no he de confiarte mi dolor. Me convenzo siempre de mi insuficiencia, cada año mi letra se hace más pequeña.

-¿En dónde, Vida mía, guardaré mi suspiro cuando no tenga tus sienes?

Siempre les dieron la razón. Temían, dudaban, huían. Siempre los necesitaron, siempre quedaron derruidas. Como ciudades sin muro. Se convirtieron en sus propias guardas y consiguieron sus propios eunucos. 

¿A dónde irán mis palabras cuando no puedas escucharlas?

Se cubrieron de azafrán y se frotaron con bálsamos. Luego, debajo de las piedras, esperaron la tormenta. La ciudad siguió en ruinas, nunca los volvieron a ver. 

Y si te quiero, Amor, y si te necesito, ¿qué será luego de mi vida?


jueves, 9 de enero de 2014

Cabañuelas

Día 1: Creía en cosas como esas. Eran mis pequeñas verdades, las frases que me repetía una y otra vez para saber que aún no estaba perdida. Creía en mí y en mi soledad. Me resignaba tempranamente a un futuro de ausencias. Llevaba a cuestas un siglo de amores deshechos y de emparejamientos al azar que se disolvían tan pronto como se armaban. Tenía grabada la incredulidad de muchas generaciones que, olvidando el origen de su desesperanza,  repetían el ciclo de desilusiones y llegaban a ese oculto escepticismo que llamaban independencia. Tenía grabados sus rostros desencajados y sus miradas de acero; escuchaba diariamente sus voces recriminando mi debilidad. Cargaba con sus corazones ariscos y distantes.

Día 310: Las sillas, los pocillos intactos cubiertos de polvo,  las flores, las calles cansadas de sus caminantes, los edificios, todo me habla de ti y de mis imposibilidades. Todo me remite a ese libro que alguna vez leí con estremecimiento, a esa página que califiqué de imposible, a esa frase que tildé de absurda. Miro mis manos, tan tenues, desasidas de todo lo terreno, aferrándose a no sé qué certeza que me rehúso a aceptar. 

Día 51: Le temo a esa frase que no podré conciliar. A esas palabras que me desafían a un duelo que no quiero afrontar. Hay un gran remolino que no quiero detener. Es sinuoso, es verde y me hace girar. Cierro los ojos para disminuir el vértigo. 

Día 742: Y en cuanto hablo, alguien emite un grito de agonía. Me hace callar expectante y temerosa.