lunes, 19 de marzo de 2012

Desvaríos oníricos


Estábamos de pie, los tres en el centro de un círculo rojo. Alrededor, la tierra. Arriba, una tela añil imitaba el cielo. Nos mirábamos. No. Se miraban ellos. Y yo los veía mirarse. Y había un diálogo entre ellos. Y pronto no fue sólo diálogo. Ese diálogo se hizo contacto. Pero yo seguía observándolos. Y no participaba en el diálogo. Y no escuchaba tampoco. Su diálogo era interno, privado y secreto. El diálogo era una danza secreta.Yo sólo seguía observando. Los veía mirarse. Los veía danzar.Veía también que yo no existía allí. Los veía ser y entre más reales ellos, más relativa mi existencia.

Tuve que comenzar a imaginar. Debía dudar de ellos para afirmarme yo. Así que imaginé que el círculo se rompía y la linea roja comenzaba a derramarse por el suelo. Imaginé que me ponía de pie en medio de ellos y danzaba. Imaginé que ellos se iban, y quedaba sola en medio de un charco rojo, danzando con los ojos cerrados, esperando que la tela añil cayera sobre mí y me cubriera, y me hiciera sentir mi propio peso contra el suelo. Imaginé que la tierra se elevaba en un torbellino rápido y acompasado y me envolvía y se enrollaba por mi cintura y me hacía girar, infinitas veces, sin parar, sin mirar afuera; y luego se deslizaba a mis rodillas y las doblaba, y yo caía lentamente al suelo, mirando hacia arriba,  viendo el añil girando, remolineando, haciéndose mar y arena. Imaginaba, que yo existía y estaba en medio de ellos.

Pero entonces abrí los ojos y yo seguía de pie, mirándolos, en el centro del círculo rojo, a un lado, sin existir  todavía. Y no podía hacer nada. Ellos danzaban y yo no  me movía. Poco a poco yo dejaba de existir. La tela añil se resbalaba pero no caía. Y ellos no se daban cuenta. Estaban embebidos el uno en el otro y yo quería decirles que la tela caería. Pero no me movía. Y quería despertar. Y quería oírlos, interponerme y decirles que también yo estaba ahí. Quería que el círculo rojo comenzara a rebosar. Quería danzar, salir del círculo, salir de abajo de la tela, sobrevivir. La tela estaba cada vez más abajo y yo tenía que agacharme. Ellos seguían de pie, tomándose de las manos, danzando, dialogando. Yo estaba ya de rodillas, poco quedaba de mí. Mi existencia se reducía mientras el vínculo entre ellos se  hacía más fuerte. Quería gritar. Un polvo húmedo salía de mis ojos. Un silencio sordo se extendía en mis oídos. De pronto, un ruido seco resonó en el recinto y todo se oscureció. La tela había terminado de caer. Mi cuerpo se desplomó. Sentí mi peso contra el suelo, el peso de la tela que me aplastaba, sentí el añil sobre mis poros, filtrándose. Sentí que mi existencia volvía con mi peso. No veía nada. Pero pude escucharlos entonces y sentir el roce de sus movimientos, de sus contorsiones contra la tela. Seguían de pie, embebidos... inertes. Se habían absorbido el uno al otro. Y su diálogo no terminaba, y sus manos seguían juntas, como en una aleación sin vida. Pero yo, yo había vuelto a existir, tendida contra el suelo, en el centro del círculo rojo, con la presión del añil destilándose en mi piel, tiñéndome, atravesándome hasta el éxtasis. Yo había vuelto a sentir. Ya no imaginaba, ni pensaba. Sólo sentía. Y seguí sintiendo hasta que cerré mis ojos y una luz blanca entró en ellos. Ahí acabó todo. 

jueves, 1 de marzo de 2012

Parpadeo

Cuando parpadeó, recordó dejar en el paisaje la imagen de un extenso prado verde, atravesado por un lago calmo surcado por el sol de verano, y allá, en el fondo, la figura de personitas alegres jugando a ser felices. Mas cuando abrió los ojos quedó mudo, frío.

La vida entera fue una revelación.

Miró temeroso el desolador suelo, árido, mustio, el fango débil y nauseabundo deshaciéndose en miasmas, sintió la marcada expresión inhumana y cansina en el ambiente. No podía creerlo. "Debo estar soñando" se dijo aterrado. Cerró los ojos de nuevo con la esperanza de ver todo como antes. Los abrió receloso.

Todo fue oscuro.