lunes, 29 de agosto de 2011

Ruptura

Un abatimiento fuera de todo lo terreno. La voz aún más callada, más apagada y la mirada rota y desfijada de toda existencia.   
Así fueron los días que siguieron a su toma de conciencia. Una tarde, ¿o fue una mañana?. Un día ella había decidido dejar de negar el dolor y dejar de negar las cosas que se le presentaban en la realidad como verdaderas. Ese día ella había decidido comenzar a vivir con conciencia, de sus actos y de los de los demás,  decirse la verdad y terminar con el engaño. 
Y entonces pronto esa conciencia se hizo muy densa  y pesada y llegó el abatimiento. Fue como una sombra que nubló primero su sonrisa y luego todo su rostro, pronto cubrió también su voz y luego sus movimientos. Su lengua se entumecía y se movía lenta. Sus pupilas se paseaban cabizbajas por el asfalto inmutable. El abatimiento estaba allí.
Su conciencia era demasiado consciente y le hacía sobre-pensar las cosas. Como una madre que sobre protege a sus hijos,así su conciencia le hacía pensar más de lo que debía cada una de sus acciones. Le hacía sentir el peso de sus palabras, el peso de su interpretación. Le hacía leer los signos, las miradas, las palabras de los otros con fruición y temor. Era por ese defecto pequeño de su conciencia que había dejado de usarla con frecuencia.  Pero ahora la había traído de vuelta y entonces su mundo volvió a pesarle, le pesaron de nuevo sus palabras y sus comportamientos. Y entonces regresó el abatimiento, regresó el pensamiento racional que había abandonado.  Regresó y ahora no puede recordar ni siquiera cómo fue su último día estando inconsciente. 

viernes, 19 de agosto de 2011

La espera

Colgó el teléfono. Habían planeado ésta velada durante días. Se sentía dichosa -será una gran noche- pensó.
Le tomó varias horas decidir que ponerse y cómo arreglarse. Cruzó una y otra vez frente al espejo: de frente, de perfil, de reojo se miró, cambió mil veces de vestido, presa de los nervios, de la expectativa y cuando no pudo esconder más su ansiedad optimista salió. Estaba lista.
La cita sería a las siete, todavía una hora de espera. La tarde se presentó apacible, además el hombre del clima había vaticinado una noche fresca y despejada, así que decidió caminar.
A medio camino el cielo empezó a desboradarse crecientemente contra su cabeza. La lluvia le arruino el maquillaje y caló su ropa. -Maldición- se dijo, y siguió caminando disgustada al pensar en la sombrilla que había dejado en casa y al haberle creído al imbécil de la televisión. Al fin y al cabo no estaba tan lista. Todo el firmamento se oscurecía a pedazos, sin que se notara siquiera el cambio.
Llegó al lugar pactado a las siete menos cinco. -Es temprano aún-. Y espero de pie, mirando hacia lado y lado impacientemente.
Cuando dieron las siete y veinte en su reloj, no dejó de sentir cierto malestar. Diviso un banco cercano y se sentó, inquieta aún.
A las siete y cincuenta estaba decepcionada, irritada, pero lúcida por completo. Se levanto del banco lentamente y volvió a su casa sin prisa, con la seguridad infinita de que si la encontraba en llamas no iba ya a sorprenderse.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Infelicidad


Lector ávido, incansable, indiscutible.

A su derecha una inmensa pila de libros,
a su izquierda papel y lápiz.
Un joven precoz,
pálido, agotado, crítico,
un nuevo pensador en el mundo.

Un infeliz, al fin,
La podredumbre se unifica y endurece a sus ojos,
la fetidez del camino no lo abandona,
su propia miseria es irremediable.