miércoles, 9 de abril de 2014

Hoy tampoco

Similiter atque senis baculus

Me quedo esta noche
para ver si hay suerte.

P
e
r
o
n
o
e
r
e
e
l
b
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s
t
ó
n
e
n
m
a
n
o
s
d
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u
n
a
n
c
i
a
n
o

Hoy tampoco.                 
                                 La marea desliza su mano
Frente a la luz estroboscópica.                                                

lunes, 7 de abril de 2014

Monólogo de ella

(El escenario cubierto de pasto, flores... al fondo la imagen de una pradera soleada con montañas y un cielo muy azul y la vegetación muy verde. En el centro, a veces sentada, a veces rodando, a veces tendida, nunca de pie, una mujer descalza, con un largo y ancho vestido rosa hecho harapos, trizas que resbalan por sus hombros y por sus piernas, y un moño de seda que pende peligrosamente de su cabello, pero que nunca se cae)

En un día de esos en los que ya no puedo articular palabra y ese rostro se moldea en mis manos y lo puedo casi rozar, casi tocar con mi piel árida, herida por la sequedad, grisácea, polvorosa; en un día de esos en los que beso esos labios con la punta de mis dedos y trazo el contorno de esa boca con el borde de la mía, justo en un día de esos, en los que soy consciente de los bordes y de los límites y voy y los rodeo sin ningún objeto, sin otro propósito que el de resarcir las palabras que callaba entonces, en un día de esos en los que decido por fin hablar a esa que duerme dentro de mí para que se despierte y me muestre todo eso que no pude ver en años, lo que me ocultó su sueño, su desidia, justo en un día de esos en los que pienso que podría existir un espacio sin nombre al que yo no quiera ir y que nunca visitemos juntos por miedo a ser encarcelados, justo en el momento en el que yo estoy doblada sobre mí misma para tratar de leer, de pensar de una vez por todas ese pensamiento final que logrará apartarme de todo esto. 

Justo en esos tiempos inmemorables, justo ahí es cuando ese rostro muestra tu nombre y ríe tu apellido y se burla de mis ojos llorosos que no se pueden contener y que parecen grifos abiertos llenos del pudo ser y de esa mujer que me mira hambrienta y con rencor, que me hace reproches porque no pude saciar su apetito y está muriendo y yo no puedo hacer nada sino verla agonizar, verla desear con sus ojos el agua que brota de los míos, y yo no puedo hacer nada más sino escupir el óxido de esas joyas, de esos anillos y esas cadenas que habías puesto sobre mí en uno de esos juegos que jugábamos mientras yo creía que éramos unos niños en una pradera, en un tiempo feliz que duraría para siempre. 

Yo no puedo hacer nada más. No puedo hacer nada más que eso, mostrarle a esa mujer que es despreciable y poner en entredicho la dulzura de sus labios deshonrados por las marcas de un labial de hace semanas, de esa semana cuando ella quiso arrancarse la boca a punta de alfileres, de agujas que trataban de horadar su piel ya ajada y desnutrida, cuando ella aún estaba lúcida y sabía lo que quería hacer y no trataba de aferrarse a esa vida que se había vertido en sus labios, que había cegado sus ojos por tres días, que había escamado sus fosas nasales y le impedía respirar, esa vida que trataba a todo paso de acabar con ella y la mujer sumisa quería siempre, cada día aferrarse a esa vida de caminos bifurcados que jamás podría alcanzar.

Hasta que termina, ese suceso, este deseo de días, de noches que me doblegan, esa necesidad de arrepentimiento y de repetición que mantenían esta vida en un sopor denso, en un vapor que todavía me envuelve y que pronunciaba tu nombre a cada tanto, esta escritura que trata de armar una pieza sin ensambles y sin articulaciones, que día tras día constituye y forma y deshace esto, la vida que me dejaste y que quieres unir con tu voz sin saber que el hilo se ha acabado y no hay pegante que valga y que no quiero ya unir esto sino sentarme en la hierba a jugar con los pedazos e imaginar ciudades y casas y comiditas que preparo con hojas y tornillos y papel maché que es la sopa que no te preparé y que se enfría  sobre la mesa y se vuelve tiesa, inservible y que uso ahora con los trozos de pasto para hacer los vestiditos que nunca podré usar. 

Termina todo y me tiendo en la hierba y toco con obsesión mis pestañas para quedarme dormida mientras tarareo las canciones de grandes que para mí fueron de cuna y que me susurraban entonces que el amor llegaría como una ráfaga de viento; y el viento me arropa y yo concilio el sueño mientras la música sigue sonando, arrullándome, saciándome con sus letras de mentiras.