sábado, 18 de enero de 2014

Poemas whitmanianos: Los límites de la ciudad - A. R. Ammons

Cuando piensas en el resplandor, que no se retiene en sí
sino que derrama su indiscriminada plenitud en cada
rincón y grieta, sin sobresalir o esconderse; cuando piensas

que los huesos de los pájaros no hacen ruidos atroces contra la luz
sino que se agazapan en ella como un testimonio superior; cuando piensas
en el resplandor, que mirará el interior de los más culposos

desvíos del corazón urdido y los sostendrá
sin amedrentarse tras un disfraz o en la oscuridad; cuando piensas
en la abundancia de tal recurso mientras ilumina los cuerpos azules

resplandecientes y las broncíneas alas de moscas que pululan entre las
tripas desechas de una carnicería natural, o sobre las espirales de mierda
que de ningún modo estremecen sus asaltos de generosidad; cuando piensas

que aire o vacío, nieve o esquisto, calamar o lobo, rosa o liquen,
cada cual es admitido en tanta luz como pueda tomar, entonces
el corazón se mueve libremente, el hombre se levanta y mira alrededor, la hoja

no se alza por encima de la hierba y el misterioso trabajo
de las más profundas células es armónico con los arbustos de mayo,
y el miedo encendido ante la vastedad de tales cosas, se convierte, tranquilamente, en alabanza.

miércoles, 15 de enero de 2014

Nächste und Fernste

¡Hermanos míos, creedme! 
El cuerpo fue el que desesperó del cuerpo
F. N.


Truenos en otoño:
Aquí no hay más que silencio o negación.

El papel encerado se desliza en el buró.
Nos hiere el celaje con un golpe de luz.

Un descorchador desgastado me revela profundidades nouménicas.
Es nada que me habla al oído de nada.

¿Ves la belleza en el fondo de esta pena?
No más que el viento irisado en la mañana,
Las migajas de pan abandonadas en la cena,
Y un grito adentrándose como alquitrán airado.

Sólo un par de frases cogidas al vuelo.

lunes, 13 de enero de 2014

Fe de erratas

Quedó escrito. Ellas lo escribieron en nuestros corazones cuando aún no lo entendíamos.

-Y si te beso, Amor, ¿a dónde irán luego mis besos?

Nos dijeron que sus labios tendrían veneno, que sus palabras serían siempre más ligeras que el viento. Dijeron que ellos serían como polvo y nosotras como de arcilla. Que no se acordarían de nosotras, que nos cubrirían de ignominia. Que seríamos como vasijas, abandonadas por años en repisas. 

-¿A quién darás mis brazos, Amor mío, a quién entregarás mi cuello que era tuyo?

Me mostraron que ninguno se quedaría lo suficiente. Me dijeron que pronto te irías, como las palabras con el viento, como el polvo con la brisa de la mañana.

-¿En dónde, Querido, estarán en unos años mis caricias?

Anticipo hoy mi desesperanza. Me calcifico lentamente. Pongo cuidado en que la carne no quede expuesta.

-Y si te canto, Amor, ¿a quién darás luego mis canciones?

Me repetían sin querer, diariamente, que no he de confiarte mi dolor. Me convenzo siempre de mi insuficiencia, cada año mi letra se hace más pequeña.

-¿En dónde, Vida mía, guardaré mi suspiro cuando no tenga tus sienes?

Siempre les dieron la razón. Temían, dudaban, huían. Siempre los necesitaron, siempre quedaron derruidas. Como ciudades sin muro. Se convirtieron en sus propias guardas y consiguieron sus propios eunucos. 

¿A dónde irán mis palabras cuando no puedas escucharlas?

Se cubrieron de azafrán y se frotaron con bálsamos. Luego, debajo de las piedras, esperaron la tormenta. La ciudad siguió en ruinas, nunca los volvieron a ver. 

Y si te quiero, Amor, y si te necesito, ¿qué será luego de mi vida?


jueves, 9 de enero de 2014

Cabañuelas

Día 1: Creía en cosas como esas. Eran mis pequeñas verdades, las frases que me repetía una y otra vez para saber que aún no estaba perdida. Creía en mí y en mi soledad. Me resignaba tempranamente a un futuro de ausencias. Llevaba a cuestas un siglo de amores deshechos y de emparejamientos al azar que se disolvían tan pronto como se armaban. Tenía grabada la incredulidad de muchas generaciones que, olvidando el origen de su desesperanza,  repetían el ciclo de desilusiones y llegaban a ese oculto escepticismo que llamaban independencia. Tenía grabados sus rostros desencajados y sus miradas de acero; escuchaba diariamente sus voces recriminando mi debilidad. Cargaba con sus corazones ariscos y distantes.

Día 310: Las sillas, los pocillos intactos cubiertos de polvo,  las flores, las calles cansadas de sus caminantes, los edificios, todo me habla de ti y de mis imposibilidades. Todo me remite a ese libro que alguna vez leí con estremecimiento, a esa página que califiqué de imposible, a esa frase que tildé de absurda. Miro mis manos, tan tenues, desasidas de todo lo terreno, aferrándose a no sé qué certeza que me rehúso a aceptar. 

Día 51: Le temo a esa frase que no podré conciliar. A esas palabras que me desafían a un duelo que no quiero afrontar. Hay un gran remolino que no quiero detener. Es sinuoso, es verde y me hace girar. Cierro los ojos para disminuir el vértigo. 

Día 742: Y en cuanto hablo, alguien emite un grito de agonía. Me hace callar expectante y temerosa.