lunes, 30 de abril de 2012

Metamorfosis

De pronto despierto y están todos volando en un carnaval celeste. Me siento, erguida en el sofá, y veo sus cabezas etruscas balancearse a mi alrededor. Me miran y se burlan. Juguetean y comienzan a envolverme en sus terciopelos y sus sedas brillantes. Tejen un capullo y yo los miro absorta. Estoy erguida en el sofá con las rodillas contra el pecho y el olor argente comienza a asfixiarme. Ellos juegan con sus trajes de retazo que se deshacen en hilos que se tejen en sedas que se enredan en terciopelo y me envuelven. Como en una retahíla sin final, ellos danzan a mi alrededor y yo apenas acabo de despertar. 

Dan vueltas y me arrullan y no puedo moverme y los colores se enroscan como delgados gusanos buscando su centro. Ellos ríen y cantan con sus pies una danza y me miran con tristeza y siguen tejiendo. Ellos danzan y son tan hermosos que no les digo nada, pero el tejido está apretado y casi no puedo respirar. De pronto detienen la danza y comienzan a girar, una fuerza centripeta los atrae hacia mí. El tejido se aprieta y trato de hablar pero mi garganta está inmóvil y mi pecho no puede expandirse para respirar. Las cosas comienzan a perder forma y solo veo círculos que se acercan y se alejan, que atrapan mi cabeza y me golpean. Nada se ve ya y el color sube a mi cabeza, y con el color la presión y con la presión el dolor, el dolor de tenerlo todo adentro y no poder estallar.

domingo, 22 de abril de 2012

Sin método

Creo que fue Schopenhauer quién dijo que el amor, más allá de todo sentimiento elevado espiritual y bello, más allá de todo ideal utópico de veneración cortesana, más allá de ese concepto ingenuo y falso con que nos han convencido desde siempre, tiene un fin básico: el de la procreación. Todo tiene sentido cuando el filósofo afirma -y el lector se siente identificado cuando lo hace- que el amor no tiene sentido ni lugar sin visualización ni posesión física. El amor es posesión sin método, en un acto fugaz del todo vale.

De modo que con el altruismo y el orgullo de multiplicar el género humano fui hace algunos días a un encuentro de speed dating. ¿Por qué no hacerlo? Ya estaba harta de las noches cargadas de melodrama, esas de cabellos dispersos, música romántica y vino, y vino, y vino que nunca se definen ni acaban...



-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

Esta era mi frase de presentación. En realidad no me interesaba escuchar a nadie, sólo quería parecer comprensiva, y quizá recibir la misma cortesía del desconocido de turno. También deseaba ser escuchada.

-Creo que tengo todo, pero no soy feliz...

El primero era un hombre era normal, nada extraño, su único defecto era que en verdad necesitaba ser oído.



-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

-Son problemas demasiado personales...

-No importa, cuéntame.

-Me duele mucho el pene.

Me levanté de la mesa con toda la dignidad del caso. Hablaba de problemas espirituales, le referí por último.


-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

-Tengo una forma de querer muy particular.

-Creo que todos la tenemos...

-Me excitan los pies ¿cómo son los tuyos?

Por fortuna llevaba zapatos cubiertos. Le dije que tenía que dejarlo por un momento. No volví por supuesto, pero entre en el baño y me até con cuidado las agujetas.


-El último intento- pensé, y respiré sofocada


-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

-Cuéntame los tuyos mejor.

Y aliviada, feliz, le relate a grandes rasgos las desgracias de mi vida amorosa. Creí haber dado con el hombre correcto.

-Eres el único que ha sabido escucharme, ¿por qué lo haces?

-Me excitan las palabras.


Estaba espantada. Me marché con un pretexto débil del lugar y eché a correr a mi casa. El corazón saltaba apretado y contenido en el pecho y un olor a medicina y a rarezas me persiguió por el camino.

Al día siguiente levanté la bocina y llamé a los dos últimos hombres. Los cité en el motel Valet, habitación 8, a la medianoche. Al segundo le rogué llevara los pies muy limpios. Al primero que leyera poesía y novelitas pornográficas.



viernes, 20 de abril de 2012

Sentencias

Un verso se desliza entre mis dedos. Se regenera y se divide. Un verso se desliza entre mis dedos. Estoy sentada y lo veo caer sobre mis piernas. 
Un verso se expande en mis piernas. Las abraza y se desliza. Estoy de pie y el verso cae. 
Un verso se arrastra por el suelo. Me llama y yo me resisto. Lo veo contornearse. Me llama pero sigo de pie.
Un verso me llama desde el suelo. Soy débil. No resisto y caigo sobre él. Ahora miro el cielo. La noche se expande y me envuelve. 
Un verso se ha callado. No se mueve. Cierro los ojos y trato de escucharlo de nuevo. Trato de sentir que aún me llama. Nadie musita nada. Miro mis manos. Mis dedos están manchados y mis piernas rociadas con tinta.
Es el verso. Veo sus restos en mi cuerpo. Se ha callado. El verso me llamó a su fin. Lo ahogué con mi peso. Ha callado. 
Cuando me levante tendré su tinta en mi espalda, goteando, deslizándose columna abajo. Se quedará allí. Sin vida. Y yo no podré verlo. No podré limpiar los restos de mi espalda porque no los veré. Y seguirá allí, en un silencio inerte y sin vida. El verso me llamó a su fin...y yo le obedecí. 

lunes, 9 de abril de 2012

Sueños

¿Dónde estará?

En la casa, quizá,
Besándome, tal vez.

¿Donde estará?

Observando, lo sé,
Allá, en el alfeizar.

¿Donde estará?

Aquí arriba, ya ves
Robándome la paz.

¿Donde estará?

En la blanca pared
Ansioso por amar.

lunes, 2 de abril de 2012

Bajo un abeto

Todo se salía de control. Todos corrían hacia la última tienda con stock. Yo los miraba con asombro, ellos me miraban con tristeza. Todos se salían de control. Mi mirada se enardeció con mis mejillas. Quise lanzar un gruñido ininteligible, un aullido inaudible que rompiera sus tímpanos. Pero entonces me compadecerían aún más, me perseguirían con ese miedo absurdo y esa comprensión maternal con la que el veterinario persigue a un leoncillo herido. 

Di media vuelta dominando mis impulsos. Todos se salen siempre de control. Sentía una repugnancia insalubre hacia sus deseos, hacia sus monumentos y sus recelos. Sentía un miedo sucio y un mareo de desprecio que trataba de contener. Pero todo aquello era soportable mientras mantuviera alejadas sus preguntas de mi vida. Traté de entender sus sistemas, sus escalas de valores, pero pronto todo perdía el sentido. Llegué a amarlos a todos a pesar de la repugnancia, el miedo y el sinsentido. Llegué a obligarme a interesarme por ellos. 

Pero todos los buenos propósitos se esfumaban cuando me hacían objeto de sus preguntas. Me era más que imposible relacionarles mi vida de una forma comprensible para ellos.  Todo se hacía vacío y pobre. Al comenzar a relatar los sucesos más impactantes de mi existencia, mis luchas, mis momentos más absurdamente felices, todo se hacía pequeño, pequeñísimo, fatuo, insignificante. Yo veía con dolor y con esfuerzo, renacer en sus ojos la mirada de ternura compasiva que tanto odiaba. No porque odiara la compasión por sí misma, sino porque en esa mirada no había entendimiento, había reproche. En esa mirada veía la gestación de una palabra que me calificaría con un desdén lleno de ternura que solo ellos pueden dar.  Tendrían ganas de llorar y se sentirían culpables de su felicidad y su excitación. Y mientras tanto yo me esforzaría, también al borde del llanto, por hacerles entender que no podrán entenderme. Comencé a huir de sus preguntas y sus miradas, comencé a correr hacia los campos verdes y utópicos que siempre me abrían refugio. Comencé a correr en la dirección contraria de los centros de public relations y de conversaciones masivas. Comencé a correr hacia mí. 

Por eso, cuando decidí darme otra oportunidad con ellos, cuando decidí intentarlo de nuevo y fui a la única tienda con stock y todos me dieron de nuevo esa mirada de tristeza, aún antes de que expresara palabra, tuve que dar media vuelta y marcharme de nuevo. Ahora estoy aquí quejándome bajo un abeto que llueve castañas sobre mi cabeza, hablándole a mis propios oídos sin entenderme.