De modo que con el altruismo y el orgullo de multiplicar el género humano fui hace algunos días a un encuentro de speed dating. ¿Por qué no hacerlo? Ya estaba harta de las noches cargadas de melodrama, esas de cabellos dispersos, música romántica y vino, y vino, y vino que nunca se definen ni acaban...
-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.
Esta era mi frase de presentación. En realidad no me interesaba escuchar a nadie, sólo quería parecer comprensiva, y quizá recibir la misma cortesía del desconocido de turno. También deseaba ser escuchada.
-Creo que tengo todo, pero no soy feliz...
El primero era un hombre era normal, nada extraño, su único defecto era que en verdad necesitaba ser oído.
-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.
-Son problemas demasiado personales...
-No importa, cuéntame.
-Me duele mucho el pene.
Me levanté de la mesa con toda la dignidad del caso. Hablaba de problemas espirituales, le referí por último.
-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.
-Tengo una forma de querer muy particular.
-Creo que todos la tenemos...
-Me excitan los pies ¿cómo son los tuyos?
Por fortuna llevaba zapatos cubiertos. Le dije que tenía que dejarlo por un momento. No volví por supuesto, pero entre en el baño y me até con cuidado las agujetas.
-El último intento- pensé, y respiré sofocada
-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.
-Cuéntame los tuyos mejor.
Y aliviada, feliz, le relate a grandes rasgos las desgracias de mi vida amorosa. Creí haber dado con el hombre correcto.
-Eres el único que ha sabido escucharme, ¿por qué lo haces?
-Me excitan las palabras.
Estaba espantada. Me marché con un pretexto débil del lugar y eché a correr a mi casa. El corazón saltaba apretado y contenido en el pecho y un olor a medicina y a rarezas me persiguió por el camino.
Al día siguiente levanté la bocina y llamé a los dos últimos hombres. Los cité en el motel Valet, habitación 8, a la medianoche. Al segundo le rogué llevara los pies muy limpios. Al primero que leyera poesía y novelitas pornográficas.
Me encanta.
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