domingo, 22 de abril de 2012

Sin método

Creo que fue Schopenhauer quién dijo que el amor, más allá de todo sentimiento elevado espiritual y bello, más allá de todo ideal utópico de veneración cortesana, más allá de ese concepto ingenuo y falso con que nos han convencido desde siempre, tiene un fin básico: el de la procreación. Todo tiene sentido cuando el filósofo afirma -y el lector se siente identificado cuando lo hace- que el amor no tiene sentido ni lugar sin visualización ni posesión física. El amor es posesión sin método, en un acto fugaz del todo vale.

De modo que con el altruismo y el orgullo de multiplicar el género humano fui hace algunos días a un encuentro de speed dating. ¿Por qué no hacerlo? Ya estaba harta de las noches cargadas de melodrama, esas de cabellos dispersos, música romántica y vino, y vino, y vino que nunca se definen ni acaban...



-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

Esta era mi frase de presentación. En realidad no me interesaba escuchar a nadie, sólo quería parecer comprensiva, y quizá recibir la misma cortesía del desconocido de turno. También deseaba ser escuchada.

-Creo que tengo todo, pero no soy feliz...

El primero era un hombre era normal, nada extraño, su único defecto era que en verdad necesitaba ser oído.



-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

-Son problemas demasiado personales...

-No importa, cuéntame.

-Me duele mucho el pene.

Me levanté de la mesa con toda la dignidad del caso. Hablaba de problemas espirituales, le referí por último.


-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

-Tengo una forma de querer muy particular.

-Creo que todos la tenemos...

-Me excitan los pies ¿cómo son los tuyos?

Por fortuna llevaba zapatos cubiertos. Le dije que tenía que dejarlo por un momento. No volví por supuesto, pero entre en el baño y me até con cuidado las agujetas.


-El último intento- pensé, y respiré sofocada


-Quiero escucharte. Me gusta escuchar a la gente. Saber sus problemas, sus dificultades.

-Cuéntame los tuyos mejor.

Y aliviada, feliz, le relate a grandes rasgos las desgracias de mi vida amorosa. Creí haber dado con el hombre correcto.

-Eres el único que ha sabido escucharme, ¿por qué lo haces?

-Me excitan las palabras.


Estaba espantada. Me marché con un pretexto débil del lugar y eché a correr a mi casa. El corazón saltaba apretado y contenido en el pecho y un olor a medicina y a rarezas me persiguió por el camino.

Al día siguiente levanté la bocina y llamé a los dos últimos hombres. Los cité en el motel Valet, habitación 8, a la medianoche. Al segundo le rogué llevara los pies muy limpios. Al primero que leyera poesía y novelitas pornográficas.



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