martes, 30 de diciembre de 2014

Navidad


Con un cucharón de palo vertí la mezcla de mostaza y pimentón sobre los pollos desnudos. Los embadurné con las dos manos. Y pensé en el hombre. Y deseé con toda el alma que fuera judío. Flomenbeim, se me ocurrió. Ese podría ser su apellido. ¿Para qué? —me pregunto—.  ¿Yo qué sé? —me respondo—. Suena grandioso.

Pensaba en el patrón de colores de aquella tarde. La ciudad entre marejadas de bombillitos tristes. Rojo, verde, azul, amarillo, violeta, cian, blanco (repítase el ciclo durante noches ininterrumpidas).  —García Márquez tenía razón —vomité con rabia— “la luz es como el agua”. Pero la luz dorada y fresca que se hizo agua navegable para los niños del cuento era otra. Nuestro alumbrado era, especialmente en Navidad, un hálito enfermo. Escupitajo de puta. “La luz es como el agua” y de a pocos nos ahogamos en ella.

Seguí con los pollos. Me interné en el pescuezo del último. Le enterré en el interior ramas de tomillo manchadas de rojo cadmio. Amasé su pellejo blando. No me importaba que fuera un judío, si me lo pensaba bien. No estaba segura de que me gustaran los penes circuncidados. De cualquier forma sabía qué me esperaba con él. —Ese hombre es una perra herida— sentencié en un murmullo. —En épocas como estas, yo también— concluí. Y agarré al pollo mustio con fruición.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Politik


Lo dejo ser. Ahora. Vengo de lejos, de la tierra de Alicia, y regreso a Bogotá sin haber ganado nada. Creo que el karma eterno de mi vida será entender que todos los hombres tienen un pasado turbio, marcado por olores baratos y nombres de zorras jóvenes. Laura, María, Daniela... Me hubiese gustado ser esa zorra joven, que como hierro al fuego podía hundirse en la piel de las reses y dejar una impronta. Pero nací para ser la segunda, la otra, la comparada con fantasmas ingratos que solo dejaron dolor e impotencia en mis parejas potenciales. Pero me encuentro demasiado vieja y demasiado estúpida para ser alguien en la vida de alguien. Mejor lo dejo pasar y sigo con Eliot, y empiezo con Borges, y termino con Milosz.

Acabo de decidirlo. ¿Forn o él? Forn. Forn. El desconocido de la curiosidad, ese hombre de fotos oscuras, ese que nunca conoceré. Él, el conocido (¿si?), él, el de carne, el palpable, hacia daño con su silencio y con sus palabras. Nunca lo hizo con las manos. Quizá a la primera oportunidad me hubiera golpeado y tendría el ojo morado, hinchado, lacrimoso.

La pregunta es... ¿cómo desaparecer para siempre de los alcances de no-Forn? Enclaustrándome en temporada de lluvia. Diciembre. Leer a Forn sin distraerme, sin mirar a los lados, sin mirar atrás.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Juramento


"Juramento" es una palabra embadurnada de aceite claro (de ese usado en las películas porno como lubricante y, eventualmente, para dar masajes). Jurar es afirmar, prometer al vacío, poner en los labios de Dios decisiones absurdas que de repente cruzaron por nuestra cabeza. Jurar es, también, maldecir, blasfemar. Así, en el abrupto oxímoron de nuestras determinaciones, asentimos con un denuesto a alguna idea que nos anda rondado.

Vengo a jurar, hoy, ante nadie, ante el Padre, yo, la mujer, la solitaria, la sin nombre, la sin hijos, la con preocupaciones, la enrevesada, la mal parida, la deshojada, la ojerosa, la confundida, yo y no yo, que pondré todas las trabas necesarias e innecesarias al amor.

El miedo es una de esas grandes razones para jurar. Y juro por mi libertad, por mi fiel soledad, a la que he refundido en un cajón últimamente. Yo estoy bien con esa ella que me mira en el espejo. Esa que no me atormenta con un rostro extraño, con un nombre ridículo y con una vida estúpidamente social tras sus lentes de mierda.

Ya está, estoy empezando a manejarme como una mujer celosa. De nuevo, mírome al espejo y me tranquilizo. Que no ha de existir hombre que me quite la calma ni la paciencia...

Y si existe, tendré que matarlo.

martes, 16 de diciembre de 2014

Partitura

Tuvemiedodelaausenciademiedoquetraíascadanochetuvemiedodedejardetemer(te)deamarestatristezadeserfelizensilenciotuvemiedodecantarlascancionesquecantabasenmioídounamañanacualquieraarranquéelespacioentrenosotrosyestofueloquequedóunanadaincomprensiblequeyanoquieresleerytevasacansardeestafaltadeestaausenciadeausenciasquenecesitamosparahacernoscomprensiblesdepronto.


sábado, 6 de diciembre de 2014

Chantaje


Yo digo que me friego si la mujer que amo me chantajea. Virginia y yo discutimos ayer. Le pregunté si había buscado trabajo. El mío apenas alcanza para pagar el alquiler y estamos desapareciendo de física hambre. Antes nos alcanzaba para comer arroz y papas al vapor. Todos los días, sí, pero de algo vivíamos. Cuando el dueño del piso tocó a la puerta y le abrimos (nunca nos visitaba), supimos de inmediato que teníamos que despedirnos de nuestro triste banquete. Tomar café negro como único alimento nos tiene cansados y consumidos.

-No.

-¿Por qué no?

-¿Qué no ves que estoy deprimida?

Y era cierto. lo estaba. Pero estaba harto de oír la misma razón durante años. Harto y hambriento.

-No puedo vivir así. Me largo.

-¿Te vas a ir?

-Sí, y para siempre.

-Yo sabía desde el principio que ibas a dejarme. Que yo nunca valí nada para...

El discurso de siempre.

-Ya he oído eso. Déjame.

No dijo nada. Comenzó a llorar desconsolada. Se hundió en la vieja silla de madera donde solía descansar y se cubrió la cara con las manos. Pero de inmediato se levantó, como si hubiera recordado algo, y atravesó el salón con mucha seguridad. Volvió en menos de un minuto con el rostro devastado, pero con una sonrisita en la cara.

-¿Sabes qué es esto? preguntó enseñándome un frasco blanco.

-No- le dije- porque en verdad no lo sabía.

-Prozac.

Y me quedé petrificado. Y sigo petrificado aún hoy. No me puedo ir de mi propia casa. Y la mujer que amo es mi verdugo. Y con el tiempo aprenderé a odiarla. Y yo mismo le meteré su frasquito de Prozac por el gaznate.