sábado, 6 de diciembre de 2014

Chantaje


Yo digo que me friego si la mujer que amo me chantajea. Virginia y yo discutimos ayer. Le pregunté si había buscado trabajo. El mío apenas alcanza para pagar el alquiler y estamos desapareciendo de física hambre. Antes nos alcanzaba para comer arroz y papas al vapor. Todos los días, sí, pero de algo vivíamos. Cuando el dueño del piso tocó a la puerta y le abrimos (nunca nos visitaba), supimos de inmediato que teníamos que despedirnos de nuestro triste banquete. Tomar café negro como único alimento nos tiene cansados y consumidos.

-No.

-¿Por qué no?

-¿Qué no ves que estoy deprimida?

Y era cierto. lo estaba. Pero estaba harto de oír la misma razón durante años. Harto y hambriento.

-No puedo vivir así. Me largo.

-¿Te vas a ir?

-Sí, y para siempre.

-Yo sabía desde el principio que ibas a dejarme. Que yo nunca valí nada para...

El discurso de siempre.

-Ya he oído eso. Déjame.

No dijo nada. Comenzó a llorar desconsolada. Se hundió en la vieja silla de madera donde solía descansar y se cubrió la cara con las manos. Pero de inmediato se levantó, como si hubiera recordado algo, y atravesó el salón con mucha seguridad. Volvió en menos de un minuto con el rostro devastado, pero con una sonrisita en la cara.

-¿Sabes qué es esto? preguntó enseñándome un frasco blanco.

-No- le dije- porque en verdad no lo sabía.

-Prozac.

Y me quedé petrificado. Y sigo petrificado aún hoy. No me puedo ir de mi propia casa. Y la mujer que amo es mi verdugo. Y con el tiempo aprenderé a odiarla. Y yo mismo le meteré su frasquito de Prozac por el gaznate.







No hay comentarios:

Publicar un comentario