sábado, 15 de agosto de 2015

Fiebre



La mujer
Respetable
Se quita la blusa
El seno izquierdo le duele.
Le arde, le quema.

Al otro lado del espejo
Una mujer de cristal
Sonríe y llora.

lunes, 23 de febrero de 2015

Diario de la que se muere

Los ciclos son tan bellos que nos obsequian con el don de la regularidad. Tener un calendario en la mano no es ocioso mientras se vive. Morir el día en que se nace semejaría una danza delicada, una caída lenta, una carroña musical.

Tengo un par de manos y un par de piernas desperdiciadas. Si un ojo se alza sobre mí, he de decirle que lo siento. Debe ser repugnante verme así, tan muerta, tan expectante ante la nada, esperando lluvia sin salir al descubierto, levantando la mano para alcanzar aire ido, formas inciertas que se diluyen a voluntad.

Pierdo la noción del tiempo. Mi vida es un completo estado de pliegue, arrojado entre un sueño pobre, y una vigilia egoísta. Siento que mi madre se agita, amorosa, y se apoya en el alfeizar de la ventana. Siento que golpea, que habla, que me llama. De inmediato pongo la almohada sobre mi cabeza y la alejo, y luego me culpo, y entonces me masturbo, y pienso que sudo como un cerdo.

El único rencor que experimento es este que no me deja vivir en paz: se alza por mi espina dorsal marchita, irrita mi cuello, atraviesa mi sexo entristecido y se extravía en las cuencas de mis ojos. Quiero dejar de ser este trozo de mujer consumido y desechado por la alcoba misma. Las grietas y los muebles insólitos me ven morir, y sigo acá, hundida en mí, perdida en nada. Quiero abandonarme y sentir la calma que pierdo cuando me encuentro a solas. No quiero morirme de pena, no de este sentimiento pobre, ni de esta lástima de mí. Encuentro más heroísmo en arrojarme al panorámico de ese auto que se acerca, que se acerca, y que no quiero perderme...



sábado, 21 de febrero de 2015

Tarde de sábado


Sebastián es apenas más alto que yo. No es demasiado cómodo tomarlo de la mano. Aunque tiene 23 se ve más joven. Parece mi hermano menor. Los imagino murmurando por la calle: "Ves a esa pareja. Una vampiresa y un niño". No ayuda tampoco que tenga el cabello tan claro. No importa, me digo. Miro a Sebastián y le sonrío. Él, que me estaba mirando, me devuelve el gesto.

Sabe que debo volver pronto a casa. No puedo evitarlo. Se me ha vuelto costumbre. Son las siete de la noche. Le sugiero Maryland. Me gustan las baldosas oscuras del motel. Aunque tiene algo de grotesco la combinación de rojo y negro, es lo mejor y más cercano a mi casa.

-Siempre podemos empacar algunas sábanas.
-Jajajaja, noooo. Qué horror. Sé que hay frasquitos con crema en el cuarto. Puedes robar uno.
-Será un gran obsequio de cumpleaños.

Tiene mucho dinero. No trabaja, pero sé que sus papás tienen cargos altos como gerentes de algo. ¿De qué? No sé, no estaba oyéndolo. Es extraño que sea un literato.

-¿África, Florida o Shanghái?- pregunta el encargado.

Sebastián me mira con picardía. Siento que los colores suben y gritan en mi rostro.

-Shanghái- digo con un respiro.





viernes, 13 de febrero de 2015

Villaurrutia, recóndito entre pliegues



Antes de abordar la obra de Villaurrutia (y para entrar en ella con mayor propiedad), Octavio Paz hace una descripción de la generación de los Contemporáneos, el grupo de jóvenes intelectuales mexicanos que en la primera mitad del siglo XX propuso innovaciones estéticas, artísticas y culturales para el país. Xavier, por supuesto, era integrante del grupo. Salvo por contadas excepciones, señala Paz, esta fue una generación escéptica, recelosa de teorías, escuelas, sistemas y dogmas: había presenciado las experiencias del México sumido en la violencia y matanzas fruto de la Revolución de 1910, y con su desconfianza reaccionaba a la realidad. Fue un grupo, por tanto, aislado en un mundo privado, apartado de “los otros”, “esos hombres y mujeres ‘de toda condición’ con los que día tras día, hablamos y nos cruzamos en calles, oficinas, templos, autobuses” (22-23). En otras palabras, se trató de una generación autoexiliada.

Villaurrutia no fue ajeno al sentir de los (sus) Contemporáneos. Defiende en su obra la libertad del arte y la cultura, y la idea de una expresión estética pura. Preso de la acedia, Xavier era la imagen viva del hombre melancólico quien, según Aristóteles, sufría “el morbo que viene de la bilis negra”. La suya, poesía de furia y entusiasmo, lascivia y luto, tomó distancia de la realidad que la rodeaba, y se ocupó de lo inefable: “Substituyó la realidad de México —brutal, sórdida, colorida: viva— por otra irreal y que no solo era mediocre sino gris” (40). Villaurrutia estaba invadido por el demonio romántico de medianoche, que instila visiones eróticas y fúnebres.

Incursionó en el campo de la dramaturgia. Escribió un teatro correcto, pero carente de teatralidad. Era más pródigo en el campo de la crítica que en el de la escena teatral. Tuvo, en opinión de Paz, “un ojo certero, un oído muy fino y una inteligencia a la vez penetrante y receptiva” (40). Sin embargo, Villaurrutia era, por encima de todo, un poeta. Su poesía “apartada, solitaria, íntima” amaba la forma, era “una precisa y preciosa construcción de reflejos” (48). Sus composiciones se debaten en el conflicto dialéctico de la consciencia y el delirio, la vida y la muerte. Tienen el aire de la fascinación surrealista, el pasmo ante el sueño y la vigilia.

La identificación entre sueño y muerte es uno de los tópicos más viejos de la poesía de Occidente. Xavier da una vuelta de tuerca a la cuestión. En el dormir villaurrutiano yace la imagen misma de la vida. La muerte es la compañía ausente, la presencia invisible, con la que se habla y vive. "Su poesía parte de la conciencia de la dualidad”, subraya Paz, escritura complacida en señalar el estado fronterizo entre muerte y vida, la coexistencia extraordinaria de los opuestos. Xavier Villaurrutia se oculta: recóndito entre pliegues. Sus versos son visiones instantáneas de un punto vacío entre presencias y ausencias. Su poesía es un hoyo, un “entre”, un pliegue que “esconde entre sus dos hojas cerradas las dos caras del ser” (85). 


sábado, 7 de febrero de 2015

Reseña para no tener que salir en falda y sin medias a la calle

Es muy probable que la naturaleza y composición de este texto sean tan poco ortodoxas como su motivación. Lo que me propongo aquí es dar cuenta de un par de lecturas que hice esta semana. Quizá sea un diario, quizá tome la forma de un academicismo vago o de pensamientos estériles, qué más da. Esta semana, entonces, he estado leyendo la introducción de Marco Martos a la Poesía completa y ensayos escogidos  de Emilio Adolfo Westphalen, junto a los tres primeros libros que aparecen en este tomo (Las ínsulas extrañas, Abolición de la muerte y  Belleza de una espada clavada en la lengua) y al primer manifiesto surrealista de André Breton.

Daré ahora mis impresiones generales de los textos, acompañadas de un par de anotaciones circunstanciales,  sentimentales, y de por sí vanas, solo para amenizar. Leí la introducción de Martos en un ir y venir de taxis, salas de espera, filas en clínicas, y mañanas en techos de edificios mientras esperaba el flujo de acontecimientos importantes, o simplemente de esos “días que uno tras otro son la vida”. La introducción tiene observaciones generales sobre la forma en que Westphalen concebía la poesía y trata de hacer un panorama, no sólo de los autores y corrientes que lo influenciaron, sino también del medio literario en el que surgió y en el que se desenvolvió. Fuera de observaciones y datos interesantes de la vida del autor, y algunos libros de título interesante que cita, la introducción se mantiene  en términos muy generales y se aproxima poco a los textos. Puede entenderse que estaba fuera del propósito del autor embarcarse en una tarea más específica y que su visión quería ser estrictamente panorámica, para dar algunos conocimientos básicos al lector de los poemas y no entorpecer o viciar su lectura. Por lo demás, hay un pasaje que me atrajo poderosamente –no tanto por su contenido, como por una afición personal a la imagen–y que quisiera citar:
Westphalen: pensamos una imagen, la de un equilibrista trepado en su maroma, en las alturas siempre peligrosas, sobre (y bajo) las miradas atónitas de los espectadores. Absolutamente consciente de su trabajo, en el que se juega la vida, permanece indiferente al efecto social de lo que hace. En la soledad de las alturas, habla para sí o más bien apenas habla o se calla, porque debajo todo es abismo, todo es muerte, todo es final.

En cuanto a los poemas, es muy probable que me ponga sentimental. Amé las imágenes, el fluir denso pero rápido de las palabras, amé la voz que salía de ellos y amé, con ambivalencia, todo ese cúmulo de eventos truncados y de ensueños perniciosos que me produjeron. Hasta aquí la emoción. Leí Abolición de la muerte en uno de los sofás de la biblioteca, antes de almorzar, con gran regocijo y tratando de contener los gestos de exaltada alegría que me causó. Leer a Westphalen es hacer catarsis de lo que nunca fue. Quizá por eso lo elegí. Hasta aquí la anécdota. Tras haber leído, en la introducción, sobre el silencio poético de Westphalen entre su segundo y tercer libro, quise comparar los poemas de una y otra época y el resultado me sorprendió. Luego de ver al joven poeta sumergido, arrastrado casi por el impetuoso fluir de las palabras que resultaban en poemas más bien extensos y con una fértil acumulación de imágenes y asociaciones en sus dos primeros libros, me encuentro en Belleza de una espada clavada en la lengua, con un Westphalen ya no sumergido, sino sentado a la orilla, observando el fluir de ese río y de las cosas a su alrededor. Los textos de este poemario tienen una mayor conciencia de la escritura (como en “Mundo mágico” o “Poema inútil”); incluye poemas sobre otros autores (“César Moro”, “Nerval y el amor”); las imágenes y el lenguaje adquieren mayor concreción; los temas varían más de un poema a otro y la voz suena menos plena y exaltada; los poemas se hacen más cortos, a excepción de un par que, a pesar de su extensión, han perdido ese ritmo enérgico.  Luego de estar sumergido en ese río de imágenes y palabras, parece que el poeta a la orilla ahora sólo percibe ciertos destellos, es salpicado por imágenes y frases cortas como en los siguientes poemas:
Vuelven las hormigas…
Vuelven las hormigas a animarse en tu boca
Vuelve la lágrima a la pradera de los peces disecados

El grito…
El grito de las aves gira como una espada

Irreconciliablemente…
Irreconciliablemente unidos
Al borde de la desesperación
Cambiando tarjetas de visita

Estas son mis primeras impresiones de la comparación rápida y quizá irresponsable de los poemarios. Muy probablemente estos juicios se modificarán cuando haga el ejercicio más juiciosamente, por lo que pido a mis lectores que no los tomen tan en serio. Finalmente, en cuanto a Breton, lo leí en medio de reuniones familiares y noches de cine casero, por lo que también me disculpo por la liviandad de mis consideraciones. Me parece loable el deseo y el intento de Breton de liberar el arte de las cadenas que la realidad o, más precisamente, el mundo de la vigilia le han puesto. Siempre me ha atraído ese deseo de que el lenguaje exprese el funcionamiento real del pensamiento y la forma en que, como lo planteaba Reverdy, la unión de dos realidades lejanas revele una cara de la vida, o de la realidad, o de lo desconocido, como una epifanía que se concibe y se desarrolla gracias a facultades aún inexploradas del lenguaje. Esa curiosidad por los poderes del lenguaje, como lo plantea Breton, comienza a ser explotada en los estudios de Freud y el psicoanálisis. Asistimos pues, a principios de siglo, a cierto desdoblamiento del lenguaje, en el que las palabras hacen más de lo que dicen y hablan más de lo que se cree; tienen otro fondo, otro nivel que puede ser la puerta de acceso para lo desconocido del hombre o de la realidad misma. El mundo de los sueños, y el análisis del fluir espontáneo del pensamiento adquieren una importancia insospechada hasta entonces. No obstante, me causa algo de incomodidad la descripción que hace Breton de su proceso creativo, que consiste en dar vía libre, a veces en condiciones físicas extremas, al pensamiento y al lenguaje, y luego evitar cualquier tipo de correcciones o modificaciones. Quizá son las lecturas de Valéry las que me causen esa incomodidad. Pero eso es tema para otra entrada. Me extendido más de lo debido y no es apropiado que continúe abusando de su tiempo en divagaciones como estas.


Fin caprichoso de las consideraciones. 

martes, 3 de febrero de 2015

Giorgio de Chirico - Paul Éluard (Traducción)



L’enigma di una giornata - Giorigio de Chirico


Un muro delata otro muro
Y la sombra me protege de mi sombra tímida
Oh, torre de mi amor rodeando a mi amor
Todos los muros blancos girando alrededor de mi silencio.

Tú ¿qué proteges? Cielo insensible y puro
Temblando me cobijas. La luz descansa
sobre el cielo que ya no es el espejo del sol
Las estrellas diurnas entre las hojas verdes

El recuerdo de aquellos que hablan sin saber,
Maestros de mi debilidad, y estoy en sus lugares
Con ojos de amor y manos muy leales
Vaciando un mundo en donde no estoy.


viernes, 23 de enero de 2015

Antípoda

La tierra huele a feria:
Cartón de tiempo,
Golpe de luz hecho trizas.

Pero él, ajeno y tibio,
Se respira entre las cornisas del viento.

sábado, 17 de enero de 2015


Ayer se murió Noemí. ¿Quién? No tengo la menor idea. Mi papá arrojó la noticia a la hora de la cena y apoyo su frente en la mano como si el mundo estuviera a punto de derrumbarse. Pateé a Alejandro, uno de mis hermanos, por debajo de la mesa y comprendió enseguida el mensaje. Sonrió con disimulo y sé que en su interior, al igual que yo, quiso ser Noemí para huir a la conversación.

Alcé la mano para alcanzar las salchichas. Mi mamá empezó a contar quién era ella. Era una vecina que (...) y estaba en silla de ruedas (...). No podía oírla. Tenía la cabeza en otra parte. Mire a mi hermano de nuevo, supongo que con cara de dolor. Apenas mi mamá hizo una pausa (recordaba la última vez que había visto a la muerta) Alejandro y yo dijimos "gracias" al unísono. Nos levantamos. Llevamos los platos al fregadero y nos encerramos en su cuarto.

-Ustedes son unos hijos de puta- dijo Daniel, mi hermano mayor, quien presenció toda escena. Luego sonrió ampliamente. -Pero los entiendo: estoy cansado de que arruinen la comida hablando de muertos. No lo soporto-.

-Como si no fuéramos a morirnos todos- respondió Alejandro con cara de fastidio. Todo es culpa de esa televisión de mierda. ¿Ya vieron qué canal están mirando?

-Recordé ese día en que se murió don Alirio, el arrendatario -les dije-. No acababa de levantarme cuando usted, Alejandro, me estaba diciendo: "¿Adivine quién se murió?" 

-Jajajaja ¿así se lo dijo? ¿en serio?- río Daniel. ¡Qué tacto!

-En serio. Y recuerdo que lo primero que pensé fue "Y ahora ¿quién nos va a pagar el arriendo?". Y me reí, y Daniel y Alejandro empezaron a reír conmigo.



viernes, 9 de enero de 2015

Unsettled Love


Dos manos blancas me miran en el espejo:

                    Están deseosas de amar. 
Quebrar algunos vidrios.
     O incendiar casas ajenas en pleno verano.