Es muy probable que la naturaleza
y composición de este texto sean tan poco ortodoxas como su motivación. Lo que
me propongo aquí es dar cuenta de un par de lecturas que hice esta semana.
Quizá sea un diario, quizá tome la forma de un academicismo vago o de
pensamientos estériles, qué más da. Esta semana, entonces, he estado leyendo la
introducción de Marco Martos a la Poesía
completa y ensayos escogidos de
Emilio Adolfo Westphalen, junto a los tres primeros libros que aparecen en este
tomo (Las ínsulas extrañas, Abolición de la muerte y Belleza de una espada clavada en
la lengua) y al primer manifiesto surrealista de André Breton.
Daré ahora mis impresiones
generales de los textos, acompañadas de un par de anotaciones circunstanciales,
sentimentales, y de por sí vanas, solo
para amenizar. Leí la introducción de Martos en un ir y venir de taxis, salas
de espera, filas en clínicas, y mañanas en techos de edificios mientras
esperaba el flujo de acontecimientos importantes, o simplemente de esos “días
que uno tras otro son la vida”. La introducción tiene observaciones generales
sobre la forma en que Westphalen concebía la poesía y trata de hacer un
panorama, no sólo de los autores y corrientes que lo influenciaron, sino
también del medio literario en el que surgió y en el que se desenvolvió. Fuera
de observaciones y datos interesantes de la vida del autor, y algunos libros de
título interesante que cita, la introducción se mantiene en términos muy generales y se aproxima poco a
los textos. Puede entenderse que estaba fuera del propósito del autor embarcarse
en una tarea más específica y que su visión quería ser estrictamente panorámica,
para dar algunos conocimientos básicos al lector de los poemas y no entorpecer
o viciar su lectura. Por lo demás, hay un pasaje que me atrajo poderosamente –no
tanto por su contenido, como por una afición personal a la imagen–y que
quisiera citar:
Westphalen:
pensamos una imagen, la de un equilibrista trepado en su maroma, en las alturas
siempre peligrosas, sobre (y bajo) las miradas atónitas de los espectadores.
Absolutamente consciente de su trabajo, en el que se juega la vida, permanece
indiferente al efecto social de lo que hace. En la soledad de las alturas, habla
para sí o más bien apenas habla o se calla, porque debajo todo es abismo, todo
es muerte, todo es final.
En cuanto a los poemas, es muy
probable que me ponga sentimental. Amé las imágenes, el fluir denso pero rápido
de las palabras, amé la voz que salía de ellos y amé, con ambivalencia, todo
ese cúmulo de eventos truncados y de ensueños perniciosos que me produjeron. Hasta
aquí la emoción. Leí Abolición de la
muerte en uno de los sofás de la biblioteca, antes de almorzar, con gran
regocijo y tratando de contener los gestos de exaltada alegría que me causó.
Leer a Westphalen es hacer catarsis de lo que nunca fue. Quizá por eso lo elegí.
Hasta aquí la anécdota. Tras haber leído, en la introducción, sobre el silencio
poético de Westphalen entre su segundo y tercer libro, quise comparar los
poemas de una y otra época y el resultado me sorprendió. Luego de ver al joven
poeta sumergido, arrastrado casi por el impetuoso fluir de las palabras que
resultaban en poemas más bien extensos y con una fértil acumulación de imágenes
y asociaciones en sus dos primeros libros, me encuentro en Belleza de una espada clavada en la lengua, con un Westphalen ya no
sumergido, sino sentado a la orilla, observando el fluir de ese río y de las
cosas a su alrededor. Los textos de este poemario tienen una mayor conciencia de
la escritura (como en “Mundo mágico” o “Poema inútil”); incluye poemas sobre
otros autores (“César Moro”, “Nerval y el amor”); las imágenes y el lenguaje
adquieren mayor concreción; los temas varían más de un poema a otro y la voz
suena menos plena y exaltada; los poemas se hacen más cortos, a excepción de un
par que, a pesar de su extensión, han perdido ese ritmo enérgico. Luego de estar sumergido en ese río de
imágenes y palabras, parece que el poeta a la orilla ahora sólo percibe ciertos
destellos, es salpicado por imágenes y frases cortas como en los siguientes poemas:
Vuelven las hormigas…
Vuelven las hormigas a animarse en tu boca
Vuelve la lágrima a la pradera de los peces disecados
El grito…
El grito de las aves gira como una espada
Irreconciliablemente…
Irreconciliablemente unidos
Al borde de la desesperación
Cambiando tarjetas de visita
Estas son mis primeras impresiones de la comparación rápida y quizá
irresponsable de los poemarios. Muy probablemente estos juicios se modificarán
cuando haga el ejercicio más juiciosamente, por lo que pido a mis lectores que
no los tomen tan en serio. Finalmente, en cuanto a Breton, lo leí en medio de
reuniones familiares y noches de cine casero, por lo que también me disculpo
por la liviandad de mis consideraciones. Me parece loable el deseo y el intento
de Breton de liberar el arte de las cadenas que la realidad o, más precisamente,
el mundo de la vigilia le han puesto. Siempre me ha atraído ese deseo de que el
lenguaje exprese el funcionamiento real del pensamiento y la forma en que, como
lo planteaba Reverdy, la unión de dos realidades lejanas revele una cara de la vida,
o de la realidad, o de lo desconocido, como una epifanía que se concibe y se
desarrolla gracias a facultades aún inexploradas del lenguaje. Esa curiosidad por los
poderes del lenguaje, como lo plantea Breton, comienza a ser explotada en los
estudios de Freud y el psicoanálisis. Asistimos pues, a principios de siglo, a
cierto desdoblamiento del lenguaje, en el que las palabras hacen más de lo que
dicen y hablan más de lo que se cree; tienen otro fondo, otro nivel que puede
ser la puerta de acceso para lo desconocido del hombre o de la realidad misma.
El mundo de los sueños, y el análisis del fluir espontáneo del pensamiento
adquieren una importancia insospechada hasta entonces. No obstante, me causa
algo de incomodidad la descripción que hace Breton de su proceso creativo, que
consiste en dar vía libre, a veces en condiciones físicas extremas, al
pensamiento y al lenguaje, y luego evitar cualquier tipo de correcciones o modificaciones.
Quizá son las lecturas de Valéry las que me causen esa incomodidad. Pero eso es
tema para otra entrada. Me extendido más de lo debido y no es apropiado que continúe
abusando de su tiempo en divagaciones como estas.
Fin caprichoso de las consideraciones.
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