domingo, 29 de mayo de 2016

Amor

Si me levanto alcanzo una paleta de cajeta. Si empujo el cuerpo hacia arriba. Si bajo las piernas, al suelo, y muevo los pies. No sé si lo vaya a hacer. Tampoco si vaya a desayunar temprano mañana. Si malograré mi comida. Si me saltaré la cena. ¿Leeré un tanka? ¿Leeré un ensayo? ¿Haré la despensa? ¿Recorreré todos los pasillos del súper? ¿Recogeré la ropa empapada por esta lluvia inoportuna? Me digo que no sé. Encojo los hombros. Me cubro la cara con la colcha azul-sucio.

Con seguridad me bañaré. Usaré la chamarra de hace algunos días. Iré a esperarte al parque de la esquina. Gabriela Mistral y Dios no quiere que duermas, sino en esta trenza ahuecada. Es de madrugada y solo pienso en tu sonrisa aliviada y clara luego de la tempestad.

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Quisiera saber cómo llamar al ánimo que me embarga ahora mismo. Son las 6 am. No he dormido ni un poco. Creo que estoy exaltada. Excitada, casi. Tengo la sensación de que estoy haciendo cosas extrañas, pero correctas; que, con pequeños gestos como los de hoy, tomas de distancia, reafirmo mis ideas sobre cómo debería de ser el estado de cosas, sobre cómo hay que tener, no solo un discurso crítico frente a la realidad, sino una verdadera actitud personal y reflexiva sobre nuestros propios movimientos. Somos tan libres y tan esclavos. Parece que la libertad nos fue dada para que cayéramos en una prisión aún más peligrosa que la anterior. Lo es porque nos encontramos presos de un enemigo silencioso. Lo es porque somos nuestros propios verdugos. ¿Hasta qué punto las necesidades y demandas que nos aparecen al paso son necesidades reales y demandas consecuentes? ¿En qué punto del camino nos desviamos y elegimos privilegiar la levedad sobre el peso? ¿Desde cuándo es más importante el decir social que la práctica individual? Siento, por momentos, que soy un viajero cobarde que intenta abandonar un barco que se hundió hace mucho. Quizá lo mío solo es un braceo vano sobre una carga de acuosa asfixia. No concibo de momento más alternativas.