-Oye…
-¿Qué?
-¿Estás bien?
-Ajá
Siguieron tendidos entre las
sábanas sudorosas. Un olor acre, a ser y a mierda, saturó el ambiente y se coló
robusto por los pulmones del joven. Malheur sintió naúseas y no pudo evitar el
vomito. Un nuevo olor, corrosivo éste, se sumó al aire.
-Sabía que no estabas bien- le
reprochó la muchacha, sintiendo lástima por él. Había fallado sexualmente y
pensó que el pobre debía sentirse avergonzado.
Pero Malheur, más que avergonzado,
se sentía asqueado. Estaba descubriendo, con mayor pena cada vez, que se
alejaba del mundo exterior. No podía sentirse conectado con sus amigos y
condiscípulos, no podía fingir ser parte de algo, y ahora, ni siquiera podía
tener un contacto meramente físico. Una oleada de repugnancia por todo y por todos
lo invadió por completo y supo entonces que no temía nada.
-¡Fuera de aquí, zorra! –gritó excitado.
Acto seguido, al ver la estupefacción de la muchacha, la agarró del cabello y
la sacó a puntapiés a la calle, mientras esta gemía, totalmente desnuda.
Mientras la mujer golpeaba la
puerta y exclamaba palabrotas en la acera, Malheur extrajo de la cigarrera un
pitillo y empezó a fumarlo, apaciguándose con cada chupada.
-Fuera de aquí, zorra- repitió en
el silencio Malheur,- fuera de aquí –exclamó entre una carcajada estrepitosa,
-fuera de aquí…zorra- y sonrió amargamente.