viernes, 27 de julio de 2012

Ad efesios

Llegas a mí vestido de horizonte
Y pronuncio con ansia la frialdad de tu nombre.

¿A quién persigues ingenua entre los bosques?
¿A quién esperas en las tristes arenas?

Llegas a mí cubierto de silencio.
Mi mirada te busca en las sombras argentes.

¿A quién escuchas gimiendo entre las sábanas?
¿A quién sonríes destelleante y constelada?

Llegas a mí en un rumor sereno.
Me tiendo y escucho el galopar de tus ojos.

¿A quién le cantas absurda desdentada?
¿A quién escribes solitaria pasajera?


Clamor anodino


Miro los ojos del ausente
La noche sigue constelada
Su respiración vacila aún sobre mi pecho

Susurro al oído del ausente
El viento gime entristecido
Sus latidos resuenan rasos en mi pecho

-Se ha ido- me digo.

La noche del ausente se estira sobre mí.
Me cubre crasa hasta el tobillo

-Ya no está- me repito.

Rozo con cuidado la piel del ausente
Alguien se mueve y gime.
Un cuello emerge de la sábana.
El eunuco etrusco aparece límpido.

-No volverá- me convenzo.


miércoles, 18 de julio de 2012

III


-Oye…

-¿Qué?

-¿Estás bien?

-Ajá


Siguieron tendidos entre las sábanas sudorosas. Un olor acre, a ser y a mierda, saturó el ambiente y se coló robusto por los pulmones del joven. Malheur sintió naúseas y no pudo evitar el vomito. Un nuevo olor, corrosivo éste, se sumó al aire.

-Sabía que no estabas bien- le reprochó la muchacha, sintiendo lástima por él. Había fallado sexualmente y pensó que el pobre debía sentirse avergonzado.

Pero Malheur, más que avergonzado, se sentía asqueado. Estaba descubriendo, con mayor pena cada vez, que se alejaba del mundo exterior. No podía sentirse conectado con sus amigos y condiscípulos, no podía fingir ser parte de algo, y ahora, ni siquiera podía tener un contacto meramente físico. Una oleada de repugnancia por todo y por todos lo invadió por completo y supo entonces que no temía nada.

-¡Fuera de aquí, zorra! –gritó excitado. Acto seguido, al ver la estupefacción de la muchacha, la agarró del cabello y la sacó a puntapiés a la calle, mientras esta gemía, totalmente desnuda.

Mientras la mujer golpeaba la puerta y exclamaba palabrotas en la acera, Malheur extrajo de la cigarrera un pitillo y empezó a fumarlo, apaciguándose con cada chupada.

-Fuera de aquí, zorra- repitió en el silencio Malheur,- fuera de aquí –exclamó entre una carcajada estrepitosa, -fuera de aquí…zorra- y sonrió amargamente.