jueves, 9 de enero de 2014

Cabañuelas

Día 1: Creía en cosas como esas. Eran mis pequeñas verdades, las frases que me repetía una y otra vez para saber que aún no estaba perdida. Creía en mí y en mi soledad. Me resignaba tempranamente a un futuro de ausencias. Llevaba a cuestas un siglo de amores deshechos y de emparejamientos al azar que se disolvían tan pronto como se armaban. Tenía grabada la incredulidad de muchas generaciones que, olvidando el origen de su desesperanza,  repetían el ciclo de desilusiones y llegaban a ese oculto escepticismo que llamaban independencia. Tenía grabados sus rostros desencajados y sus miradas de acero; escuchaba diariamente sus voces recriminando mi debilidad. Cargaba con sus corazones ariscos y distantes.

Día 310: Las sillas, los pocillos intactos cubiertos de polvo,  las flores, las calles cansadas de sus caminantes, los edificios, todo me habla de ti y de mis imposibilidades. Todo me remite a ese libro que alguna vez leí con estremecimiento, a esa página que califiqué de imposible, a esa frase que tildé de absurda. Miro mis manos, tan tenues, desasidas de todo lo terreno, aferrándose a no sé qué certeza que me rehúso a aceptar. 

Día 51: Le temo a esa frase que no podré conciliar. A esas palabras que me desafían a un duelo que no quiero afrontar. Hay un gran remolino que no quiero detener. Es sinuoso, es verde y me hace girar. Cierro los ojos para disminuir el vértigo. 

Día 742: Y en cuanto hablo, alguien emite un grito de agonía. Me hace callar expectante y temerosa. 

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