viernes, 19 de agosto de 2011

La espera

Colgó el teléfono. Habían planeado ésta velada durante días. Se sentía dichosa -será una gran noche- pensó.
Le tomó varias horas decidir que ponerse y cómo arreglarse. Cruzó una y otra vez frente al espejo: de frente, de perfil, de reojo se miró, cambió mil veces de vestido, presa de los nervios, de la expectativa y cuando no pudo esconder más su ansiedad optimista salió. Estaba lista.
La cita sería a las siete, todavía una hora de espera. La tarde se presentó apacible, además el hombre del clima había vaticinado una noche fresca y despejada, así que decidió caminar.
A medio camino el cielo empezó a desboradarse crecientemente contra su cabeza. La lluvia le arruino el maquillaje y caló su ropa. -Maldición- se dijo, y siguió caminando disgustada al pensar en la sombrilla que había dejado en casa y al haberle creído al imbécil de la televisión. Al fin y al cabo no estaba tan lista. Todo el firmamento se oscurecía a pedazos, sin que se notara siquiera el cambio.
Llegó al lugar pactado a las siete menos cinco. -Es temprano aún-. Y espero de pie, mirando hacia lado y lado impacientemente.
Cuando dieron las siete y veinte en su reloj, no dejó de sentir cierto malestar. Diviso un banco cercano y se sentó, inquieta aún.
A las siete y cincuenta estaba decepcionada, irritada, pero lúcida por completo. Se levanto del banco lentamente y volvió a su casa sin prisa, con la seguridad infinita de que si la encontraba en llamas no iba ya a sorprenderse.

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