El lector deslumbrado
Iris Murdoch es una escritora irlandesa
que nació en Dublín el 15 de julio de 1919. No obstante, creció y pasó gran parte
de su vida en Inglaterra, particularmente en Oxford, ciudad donde estudió y
trabajó como profesora universitaria. Realizó estudios en literatura clásica y
filosofía. Fue alumna de Wittgenstein y su primer libro publicado es un estudio
titulado Sartre, Romantic Rationalist en 1953, seguido de su primera novela Under
the Net (Bajo la red) en 1954. Los estudios filosóficos de
Murdoch se centraron en la filosofía moral y se preguntaron por la libertad, el
lenguaje y las nociones del bien y el mal en el ser humano. Estuvo fuertemente influenciada
por Platón, Sartre, Simone de Weil. Dostoievski, George Eliot, entre otros. Sus
novelas, aunque si bien no podrían llamarse filosóficas, ponen en escena los
temas de sus inquietudes filosóficas.
El lector de Iris Murdoch bien podría identificarse con
la descripción que hace Paul Valéry del lector de novelas “cuando se sumerge en la vida imaginaria que
le provoca su lectura. Su cuerpo deja de existir. Se sostiene la frente con las
dos manos. Únicamente es, se mueve, actúa y padece con el espíritu”. El lector
se siente abstraído, “absorbido por lo que devora; no puede contenerse pues una
especie de demonio le presiona para avanzar. Quiere la continuación y el fin,
es presa de una especie de alienación: toma partido, triunfa, se entristece, ya
no es él mismo, ya no es más que un cerebro separado de sus fuerzas exteriores”[1]. La trama, la narración, los personajes
le atrapan: el lector no puede hacer más que salir de sí para entrar en ese
mundo otro que se erige ante sus ojos.
Las novelas de Iris Murdoch son siempre historias amenas
que divierten y rápidamente atrapan la atención del lector. Se caracterizan por
las complejas redes de relaciones entre los personajes, su tono detallado y
realista, el desarrollo inesperado de la trama y un excelente manejo de la
atmósfera y la intriga. No obstante, estas características están lejos de ser
significativas per se y el objetivo
de la escritora ciertamente no es sólo contar buenas historias. Una buena
historia, para Iris Murdoch, además de “inventar personajes y transmitir algo
dramático, […] tiene al mismo tiempo un profundo significado espiritual”[2],
porque “las historias son una fundamental forma humana de pensamiento”[3].
En el caso particular de El castillo de arena, nos adentramos en la vida de William Mor,
esposo de Nan, padre de dos hijos y profesor en St Bride’s, un colegio de una pequeña ciudad cercana a Londres, quien se enamora
de Rain Carter, una joven pintora contratada para pintar el retrato del antiguo
director del colegio. Más que narrar una historia de amor o de infidelidad, Iris
Murdoch pone en escena el proceso de enamoramiento y la tensión entre el mundo
interior y el exterior en este proceso. Rain y Mor se dan cuenta de sus
sentimientos hacia la mitad de la novela y luego, son pocos los encuentros que
se narran. Lo que sigue es más bien la lucha interior de William Mor y su
incapacidad para tomar decisiones concretas o para expresar sus verdaderos
pensamientos a los otros, en especial a su mujer; además de algunos sucesos
inesperados que terminan condicionando e induciendo las decisiones que Rain y
Mor toman hacia el final de la novela. Los personajes al verse enfrentados al mundo
exterior, logran salir un poco de sí mismos y de su percepción de las cosas y entrever
el camino que han de seguir.
De manera análoga, Iris Murdoch concibe sus novelas con
el propósito de sacar de sí al lector al menos por un momento y llevarlo a
observar un mundo que le es ajeno. Tras la observación y la contemplación fuera
de sí –como el lector de novelas de Valéry: separado de sí mismo, hecho cerebro–
el lector podrá vislumbrar atisbos de la verdad –bien podríamos arriesgarnos a decir, en el
sentido platónico– e incluso tener cierto crecimiento moral: “Una novela
legible es un regalo para la humanidad. Provee una ocupación inocente.
Cualquier novela saca a la gente de sus problemas y de la televisión; puede
incluso moverlos a reflexionar sobre la vida humana, los personajes, la moral”[4]. Para Iris Murdoch, “la lectura de grandes libros, la
contemplación de gran arte, es de alguna forma muy buena para uno. Hay una
verdad del gran arte que uno ve en las grandes novelas del siglo XIX” [5]. La importancia del realismo y de la complejidad de las
historias de Iris Murdoch radica en la pretensión de objetividad que busca
llevar al lector fuera del mundo de las apariencias –de nuevo con Platón–, de su propia subjetividad, hacia el
conocimiento y la reflexión sobre realidad.
Iris Murdoch muestra a sus personajes en su contingencia,
en sus incapacidades y en la complejidad de sus relaciones para poner en
evidencia el mundo de apariencias en el que viven y del que tratan de escapar.
Ya en novelas como La campana, publicada un año después, perfecciona
esta capacidad de exponer al individuo sumergido en su medio al dar la palabra
a varios personajes y acumular diferentes versiones de un mismo hecho, con lo
que la falibilidad en la percepción de los personajes queda aún más en evidencia.
A pesar de todas las cuestiones y problemas filosóficos que Murdoch puede
llegar a abarcar en sus obras, las novelas no son densas y el lector que solamente
está buscando alejarse un poco de sí mismo y divertirse, no saldrá defraudado, porque, al fin y al cabo,
“literature
is to be enjoyed, to be grasped by enjoyment”[6].
[1]
VALÉRY, Paul. Teoría poética y estética. Trad. por Carmen
Santos. Madrid: Visor, 1998, pág. 151
[2] “The art of fiction CXVII:
Iris Murdoch” Interview by Jeffrey Meyers in The Paris Review, Nº115, Summer 1990. Consultado en: http://www.theparisreview.org/interviews/2313/the-art-of-fiction-no-117-iris-murdoch.
La traducción es mía.
[3]
Ibídem
[4]
Ibídem
[5]
Ibídem
[6]
Ibídem.
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