martes, 17 de enero de 2012

Atacama

Es verdad. Lo digo con convicción.
No es tan triste como suena, como lo imaginas.
No es triste en absoluto, no siempre.
Es alegre y vivaz. Es algo coqueto, divertido, supuesto.
No me compadezcas por favor.
No me entiendas ni lo intentes. No podrás.

No pienses en mí, en mi existencia como desdichada.
¿Qué sabes tú de mis espectros? ¿De mis diversiones invisibles?
¿De mi satisfacción infantil y entusiasta?

No haré de una tormenta un vaso de agua.
Pero no creas que la nieve es una nefasta tragedia. No lo es para todos.
El desierto es malo sólo para algunos. No los juzgues. Ellos no sienten calor.
Ellos pueden sobrevivir sin dificultad y también son felices.
Así que cada vez que me recuerdes piensa en mí como en un cactus
o una de esas raras flores del desierto, si eres romántico.
No te angusties por el frío de la noche ni el calor agobiante del día.
Eso es para ti. Para mi es el abrazo cálido del sol y el suspiro fresco de la luna.
No me compadezcas ni quieras arrancarme para llevarme a tu jardín o a tu selva.
Déjame aquí que soy feliz. No me entiendas ni me pienses.
Déjame ir como a todas las flores por las que pasas cada día.
Ignórame también y háblame sin remordimientos.
No me compadezcas, que tu lástima es un invento vano, absurdo, egoísta.
Esa lástima es tuya. No me la des, quédate con ella. Tú la inventaste.
No me hagas inventar una también a mí, que estoy en el desierto y soy feliz sin ti.

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