miércoles, 10 de abril de 2013

Caleidoscopio

Yo la recogía, a ella, a esa cabeza que estaba por ahí, regada. ¡Pobrecilla! Recogía sus pedacitos y sus cabellos: los que había dejado en la plaza y en la biblioteca, los que estaban debajo de la silla y en los árboles. La recogía para que volviera a ser una. Pero cuanto más recogía, más se deshacía.

 Ya casi no quedaba nada de ella y yo seguía recogiendo. Y los pedacitos se volvían gotas y las gotas caían al mar y yo las buscaba y las recogía. Y ponía todo en un canasto y el canasto se deshacía... El mar tenía conchas y las conchas volvían a ser pedazos de aquella cabeza. Y el canasto tenía huecos. Tres, cuatro, seis. Y sus huecos eran también trozos de la cabeza. Y todo se deshacía...

Guardé todo en mi bolsillo: los pedazos y los cabellos, las conchas y la canasta... Reconstruí la cabeza. Nunca más se deshizo. Jamás volvió a ser cabeza.

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