Los ciclos son tan bellos que nos obsequian con el don de la regularidad. Tener un calendario en la mano no es ocioso mientras se vive. Morir el día en que se nace semejaría una danza delicada, una caída lenta, una carroña musical.
Tengo un par de manos y un par de piernas desperdiciadas. Si un ojo se alza sobre mí, he de decirle que lo siento. Debe ser repugnante verme así, tan muerta, tan expectante ante la nada, esperando lluvia sin salir al descubierto, levantando la mano para alcanzar aire ido, formas inciertas que se diluyen a voluntad.
Pierdo la noción del tiempo. Mi vida es un completo estado de pliegue, arrojado entre un sueño pobre, y una vigilia egoísta. Siento que mi madre se agita, amorosa, y se apoya en el alfeizar de la ventana. Siento que golpea, que habla, que me llama. De inmediato pongo la almohada sobre mi cabeza y la alejo, y luego me culpo, y entonces me masturbo, y pienso que sudo como un cerdo.
El único rencor que experimento es este que no me deja vivir en paz: se alza por mi espina dorsal marchita, irrita mi cuello, atraviesa mi sexo entristecido y se extravía en las cuencas de mis ojos. Quiero dejar de ser este trozo de mujer consumido y desechado por la alcoba misma. Las grietas y los muebles insólitos me ven morir, y sigo acá, hundida en mí, perdida en nada. Quiero abandonarme y sentir la calma que pierdo cuando me encuentro a solas. No quiero morirme de pena, no de este sentimiento pobre, ni de esta lástima de mí. Encuentro más heroísmo en arrojarme al panorámico de ese auto que se acerca, que se acerca, y que no quiero perderme...
"El único medio de soportar la vida es vivir sumergido en la literatura como en una orgía perpetua" Flaubert.
lunes, 23 de febrero de 2015
sábado, 21 de febrero de 2015
Tarde de sábado
Sebastián es apenas más alto que yo. No es demasiado cómodo tomarlo de la mano. Aunque tiene 23 se ve más joven. Parece mi hermano menor. Los imagino murmurando por la calle: "Ves a esa pareja. Una vampiresa y un niño". No ayuda tampoco que tenga el cabello tan claro. No importa, me digo. Miro a Sebastián y le sonrío. Él, que me estaba mirando, me devuelve el gesto.
Sabe que debo volver pronto a casa. No puedo evitarlo. Se me ha vuelto costumbre. Son las siete de la noche. Le sugiero Maryland. Me gustan las baldosas oscuras del motel. Aunque tiene algo de grotesco la combinación de rojo y negro, es lo mejor y más cercano a mi casa.
-Siempre podemos empacar algunas sábanas.
-Jajajaja, noooo. Qué horror. Sé que hay frasquitos con crema en el cuarto. Puedes robar uno.
-Será un gran obsequio de cumpleaños.
Tiene mucho dinero. No trabaja, pero sé que sus papás tienen cargos altos como gerentes de algo. ¿De qué? No sé, no estaba oyéndolo. Es extraño que sea un literato.
-¿África, Florida o Shanghái?- pregunta el encargado.
Sebastián me mira con picardía. Siento que los colores suben y gritan en mi rostro.
-Shanghái- digo con un respiro.
viernes, 13 de febrero de 2015
Villaurrutia, recóndito entre pliegues
Antes de abordar la obra de Villaurrutia (y para entrar en ella con mayor
propiedad), Octavio Paz hace una descripción de la generación de los
Contemporáneos, el grupo de jóvenes intelectuales mexicanos que en la primera
mitad del siglo XX propuso innovaciones estéticas, artísticas y culturales para
el país. Xavier, por supuesto, era integrante del grupo. Salvo por contadas
excepciones, señala Paz, esta fue una generación escéptica, recelosa de
teorías, escuelas, sistemas y dogmas: había presenciado las experiencias del
México sumido en la violencia y matanzas fruto de la Revolución de 1910, y con
su desconfianza reaccionaba a la realidad. Fue un grupo, por tanto, aislado en
un mundo privado, apartado de “los otros”, “esos hombres y mujeres ‘de toda
condición’ con los que día tras día, hablamos y nos cruzamos en calles,
oficinas, templos, autobuses” (22-23). En otras palabras, se trató de una
generación autoexiliada.
Villaurrutia no fue ajeno al sentir de los (sus) Contemporáneos. Defiende
en su obra la libertad del arte y la cultura, y la idea de una expresión
estética pura. Preso de la acedia, Xavier era la imagen viva del hombre
melancólico quien, según Aristóteles, sufría “el morbo que viene de la bilis
negra”. La suya, poesía de furia y entusiasmo, lascivia y luto, tomó distancia
de la realidad que la rodeaba, y se ocupó de lo inefable: “Substituyó la
realidad de México —brutal, sórdida, colorida: viva— por otra irreal y que no
solo era mediocre sino gris” (40). Villaurrutia estaba invadido por el demonio
romántico de medianoche, que instila visiones eróticas y fúnebres.
Incursionó en el campo de la dramaturgia. Escribió un teatro correcto, pero
carente de teatralidad. Era más pródigo en el campo de la crítica que en el de la
escena teatral. Tuvo, en opinión de Paz, “un ojo certero, un oído muy fino y
una inteligencia a la vez penetrante y receptiva” (40). Sin embargo,
Villaurrutia era, por encima de todo, un poeta. Su poesía “apartada,
solitaria, íntima” amaba la forma, era “una precisa y preciosa construcción de
reflejos” (48). Sus composiciones se debaten en el conflicto dialéctico de la
consciencia y el delirio, la vida y la muerte. Tienen el aire de la fascinación
surrealista, el pasmo ante el sueño y la vigilia.
La identificación entre sueño y muerte es uno de los tópicos más viejos de
la poesía de Occidente. Xavier da una vuelta de tuerca a la cuestión. En el
dormir villaurrutiano yace la imagen misma de la vida. La muerte es la compañía
ausente, la presencia invisible, con la que se habla y vive. "Su poesía
parte de la conciencia de la dualidad”, subraya Paz, escritura complacida en
señalar el estado fronterizo entre muerte y vida, la coexistencia extraordinaria
de los opuestos. Xavier Villaurrutia se oculta: recóndito entre pliegues. Sus
versos son visiones instantáneas de un punto vacío entre presencias y
ausencias. Su poesía es un hoyo, un “entre”, un pliegue que “esconde entre sus
dos hojas cerradas las dos caras del ser” (85).
sábado, 7 de febrero de 2015
Reseña para no tener que salir en falda y sin medias a la calle
Es muy probable que la naturaleza
y composición de este texto sean tan poco ortodoxas como su motivación. Lo que
me propongo aquí es dar cuenta de un par de lecturas que hice esta semana.
Quizá sea un diario, quizá tome la forma de un academicismo vago o de
pensamientos estériles, qué más da. Esta semana, entonces, he estado leyendo la
introducción de Marco Martos a la Poesía
completa y ensayos escogidos de
Emilio Adolfo Westphalen, junto a los tres primeros libros que aparecen en este
tomo (Las ínsulas extrañas, Abolición de la muerte y Belleza de una espada clavada en
la lengua) y al primer manifiesto surrealista de André Breton.
Daré ahora mis impresiones
generales de los textos, acompañadas de un par de anotaciones circunstanciales,
sentimentales, y de por sí vanas, solo
para amenizar. Leí la introducción de Martos en un ir y venir de taxis, salas
de espera, filas en clínicas, y mañanas en techos de edificios mientras
esperaba el flujo de acontecimientos importantes, o simplemente de esos “días
que uno tras otro son la vida”. La introducción tiene observaciones generales
sobre la forma en que Westphalen concebía la poesía y trata de hacer un
panorama, no sólo de los autores y corrientes que lo influenciaron, sino
también del medio literario en el que surgió y en el que se desenvolvió. Fuera
de observaciones y datos interesantes de la vida del autor, y algunos libros de
título interesante que cita, la introducción se mantiene en términos muy generales y se aproxima poco a
los textos. Puede entenderse que estaba fuera del propósito del autor embarcarse
en una tarea más específica y que su visión quería ser estrictamente panorámica,
para dar algunos conocimientos básicos al lector de los poemas y no entorpecer
o viciar su lectura. Por lo demás, hay un pasaje que me atrajo poderosamente –no
tanto por su contenido, como por una afición personal a la imagen–y que
quisiera citar:
Westphalen:
pensamos una imagen, la de un equilibrista trepado en su maroma, en las alturas
siempre peligrosas, sobre (y bajo) las miradas atónitas de los espectadores.
Absolutamente consciente de su trabajo, en el que se juega la vida, permanece
indiferente al efecto social de lo que hace. En la soledad de las alturas, habla
para sí o más bien apenas habla o se calla, porque debajo todo es abismo, todo
es muerte, todo es final.
En cuanto a los poemas, es muy
probable que me ponga sentimental. Amé las imágenes, el fluir denso pero rápido
de las palabras, amé la voz que salía de ellos y amé, con ambivalencia, todo
ese cúmulo de eventos truncados y de ensueños perniciosos que me produjeron. Hasta
aquí la emoción. Leí Abolición de la
muerte en uno de los sofás de la biblioteca, antes de almorzar, con gran
regocijo y tratando de contener los gestos de exaltada alegría que me causó.
Leer a Westphalen es hacer catarsis de lo que nunca fue. Quizá por eso lo elegí.
Hasta aquí la anécdota. Tras haber leído, en la introducción, sobre el silencio
poético de Westphalen entre su segundo y tercer libro, quise comparar los
poemas de una y otra época y el resultado me sorprendió. Luego de ver al joven
poeta sumergido, arrastrado casi por el impetuoso fluir de las palabras que
resultaban en poemas más bien extensos y con una fértil acumulación de imágenes
y asociaciones en sus dos primeros libros, me encuentro en Belleza de una espada clavada en la lengua, con un Westphalen ya no
sumergido, sino sentado a la orilla, observando el fluir de ese río y de las
cosas a su alrededor. Los textos de este poemario tienen una mayor conciencia de
la escritura (como en “Mundo mágico” o “Poema inútil”); incluye poemas sobre
otros autores (“César Moro”, “Nerval y el amor”); las imágenes y el lenguaje
adquieren mayor concreción; los temas varían más de un poema a otro y la voz
suena menos plena y exaltada; los poemas se hacen más cortos, a excepción de un
par que, a pesar de su extensión, han perdido ese ritmo enérgico. Luego de estar sumergido en ese río de
imágenes y palabras, parece que el poeta a la orilla ahora sólo percibe ciertos
destellos, es salpicado por imágenes y frases cortas como en los siguientes poemas:
Vuelven las hormigas…
Vuelven las hormigas a animarse en tu boca
Vuelve la lágrima a la pradera de los peces disecados
El grito…
El grito de las aves gira como una espada
Irreconciliablemente…
Irreconciliablemente unidos
Al borde de la desesperación
Cambiando tarjetas de visita
Estas son mis primeras impresiones de la comparación rápida y quizá
irresponsable de los poemarios. Muy probablemente estos juicios se modificarán
cuando haga el ejercicio más juiciosamente, por lo que pido a mis lectores que
no los tomen tan en serio. Finalmente, en cuanto a Breton, lo leí en medio de
reuniones familiares y noches de cine casero, por lo que también me disculpo
por la liviandad de mis consideraciones. Me parece loable el deseo y el intento
de Breton de liberar el arte de las cadenas que la realidad o, más precisamente,
el mundo de la vigilia le han puesto. Siempre me ha atraído ese deseo de que el
lenguaje exprese el funcionamiento real del pensamiento y la forma en que, como
lo planteaba Reverdy, la unión de dos realidades lejanas revele una cara de la vida,
o de la realidad, o de lo desconocido, como una epifanía que se concibe y se
desarrolla gracias a facultades aún inexploradas del lenguaje. Esa curiosidad por los
poderes del lenguaje, como lo plantea Breton, comienza a ser explotada en los
estudios de Freud y el psicoanálisis. Asistimos pues, a principios de siglo, a
cierto desdoblamiento del lenguaje, en el que las palabras hacen más de lo que
dicen y hablan más de lo que se cree; tienen otro fondo, otro nivel que puede
ser la puerta de acceso para lo desconocido del hombre o de la realidad misma.
El mundo de los sueños, y el análisis del fluir espontáneo del pensamiento
adquieren una importancia insospechada hasta entonces. No obstante, me causa
algo de incomodidad la descripción que hace Breton de su proceso creativo, que
consiste en dar vía libre, a veces en condiciones físicas extremas, al
pensamiento y al lenguaje, y luego evitar cualquier tipo de correcciones o modificaciones.
Quizá son las lecturas de Valéry las que me causen esa incomodidad. Pero eso es
tema para otra entrada. Me extendido más de lo debido y no es apropiado que continúe
abusando de su tiempo en divagaciones como estas.
Fin caprichoso de las consideraciones.
martes, 3 de febrero de 2015
Giorgio de Chirico - Paul Éluard (Traducción)
![]() |
L’enigma di una giornata - Giorigio de Chirico |
Un muro delata otro muro
Y la sombra me protege de mi sombra tímida
Oh, torre de mi amor rodeando a mi amor
Todos los muros blancos girando alrededor de mi silencio.
Tú ¿qué proteges? Cielo insensible y puro
Temblando me cobijas. La luz descansa
sobre el cielo que ya no es el espejo del sol
Las estrellas diurnas entre las hojas verdes
El recuerdo de aquellos que hablan sin saber,
Maestros de mi debilidad, y estoy en sus lugares
Con ojos de amor y manos muy leales
Vaciando un mundo en donde no estoy.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)